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Marco Antonio Caponi: “Trabajar con Alcón es un premio de la vida”

Hace seis años dejó su Mendoza natal para probarse como actor.
 
 

 Y ya comparte escenario con “el maestro”. Dice que pintaba para matemático, pero cambió de destino. Vivió en una pensión, vendió vino y aceite. Y supo aprovechar las oportunidades.
Con una familia repartida entre la Ingeniería y el arte, él podría haber elegido cualquiera de los dos caminos. De hecho, grafica que “cuando yo creía que estaba yendo hacia un determinado lugar, retrocedí hasta la bifurcación y tomé para otro lado. Y no me arrepiento”. Se define como “un loco por los números”, se sabe actor. Y confiesa que más de una vez se preguntó sobre su cambio de rumbo “y no tuve muchas más respuestas que seguir andando por acá, por donde estaba siendo feliz. Pero no descarto estudiar matemáticas. Pensá que a los 3 años sabía multiplicar, pero no leer. Era un enfermito de las cuentas”, pincela Marco Antonio Caponi, el mendocino que a seis años de haber viajado a Buenos Aires ya comparte escenario con Alfredo Alcón. Algo así como reconfirmar la maniobra de haber retomado en pleno viaje de búsqueda.
El Tomba , el club de sus amores, el de su Godoy Cruz natal, acaba de empatar con Olimpo y él recuerda entonces los viejos tiempos en los que “iba a la cancha, cuando estábamos en la C y soñábamos con jugar en Primera o con que alguna vez River -su segundo club- fuera a Mendoza. Y mirá lo que son las cosas, nosotros estamos en la A y River en la B... Nada es para siempre y siempre se puede soñar”.
Fría noche otoñal en Palermo, calidez que abriga en el bar de un coqueto ‘hotel boutique’cercano a su casa. Tras haber grabado desde la mañana (ahora está en Los únicos, por El Trece, pero en abril se muda a Graduados , por Telefe), se engancha al repasar el recorrido que trazó, más a fuerza de descubrimiento que de planificación.   “Cuando era chico pensaba que de grande iba a estar en una profesión que estuviera ligada con las matemáticas. De todos modos, lo que más me definía era una cosa de ambición sana, sin límites, de ir al frente y conseguir lo que se me ponía por delante. También quería ser deportista: jugaba al básquet, pero no era un dotado... La facilidad la tenía con los números. Y eso, en un sentido, va de la mano de la resolución de problemas. Hoy en día veo cómo hacer para resolver una escena o determinada situación arriba del escenario. Soy de buscarle la vuelta a todo”.
Ese don que descubrió a los 3 años lo convirtió en personaje del barrio: “En la heladería, por ejemplo, si resolvía una cuenta me daban helado gratis. O competía con el kiosquero a ver quién hacía los cálculos más rápido. Cuando los demás leían otras revistas, yo era fanático de laMuy interesante ”.
Con hermanos dedicados a la ciencias exactas o al arte, el menor de los cinco Caponi fue el único en pisar la misma baldosa que sus padres pisaron cuando se conocieron. “Mi viejo trabajaba como actor en la tele provincial y un día convocó a mi madre para una obra con fines benéficos... Es muy gracioso porque el otro día, en terapia, descubrí que la historia entre ellos comenzó en un escenario. Y ahí puede estar la semilla de esto que hago ahora, que nunca me lo había planteado. Porque, si bien era el payaso de la familia, actuar era como hacer algo más aparte de una carrera universitaria”.
Integrante del elenco de Filosofía de vida -la obra que protagonizan Alcón, Claudia Lapacó y Rodolfo Bebán, de miércoles a domingo en el Metropolitan 2-, cuenta que “iba a estudiar Ingeniería, pero no pude entrar por no haber hecho un test vocacional. Y entonces decidí probar con algo que tuviera más contacto con lo corporal que con lo mental. Y me anoté en Educación Física. Y en expresión corporal pisé un escenario y me desbordó una energía tremenda. Me emocionaba verme haciendo eso. Un día fue Esteban Mellino a dar una clase, me presenté, improvisé, me recomendó que estudiara actuación y me dijo que, si quería, podía viajar a Buenos Aires, que él me daba una beca”.
Hace cuentas en el aire y asegura que “a los 35 días armé un bolso, agarré la guitarra y me vine. Viví en una pensión de Once, vendí vino y aceite, y aproveché cada oportunidad que tuve. Primero fui actor publicitario, luego salió un bolito en Son de Fierro y así se armó el camino. Y hoy, a los 28, digo ‘guau, mirá dónde estoy’ . Trabajar con Alcón es un premio de la vida”.
Mientras habla, sus dedos, como disociados de la charla, se empecinan en hacer un redondel perfecto con once pedacitos del sobre de azúcar que está en la mesa. Lo logra, corriendo las piezas de a milímetro, como sin mirar. Casi una hora después, como regalo -”y como muestra de mis manías, verás”-, se cierra el círculo, en el que artista y matemático en potencia conviven en cuerpo y alma.

Clarin

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