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El show de la puteada

“Me mataron el personaje”, anunciaba Selva Alemán a la hora de contar que “Gracia”, su personaje no iba a poder insultar más en Malparida  por el horario de protección al menor.







 Hoy, un año después,El Puntero aprendió la lección, se pasó de las 23 hs y es una fiesta de malas palabras.
Hace tiempo que la “puteada” dejó de ser un recurso de mal gusto. Es parte de la vida cotidiana, del lenguaje de la calle y de la casa, del ser humano al que le corre la sangre y la usa para dialogar con el resto, y hasta para “pegarse” a sí mismo.
La televisión, entonces, no puede ser ajena a esta realidad lingüstica que forma parte de la identidad y la idiosincrasia, y más cuando las historias se tejen en determinadas zonas geográficas, con ciertos “lunfardos” colmados de palabras "non santas".
Es el caso del unitario de Pol-ka, anclado contextualmente en el barrio "27 de abril", el nombre de una villa ficticia que se recrea en escenarios reales y en donde los personajes, inmersos en conversaciones violentas, patoteras, de invasión o cesión de territorios, se putean a capa y espada.
No hacen ruido, no quedan mal, y son más bien entendibles El puntero no sería tal sin este show de puteadas limpias que se “regalan” unos a otros, no con fines hirientes, sino corrientes, del día a día.
De hecho, una escena citada en el último capítulo deja más que claro el apunte: Franciso, hijo postizo de “El Gitano”, dice en la mesa familiar una mala palabra. Clara (Gabriela Toscano), su madre, lo escucha y lo reta. El nene, entonces, señala al protagonista de la ficción, sentado al lado de él. y contesta: “Si él se la pasa puteando”.
Y así es: Pablo Aldo Perotti no concibe la vida sin efervescencia, calentura, violencia e insulto. A casa paso, una puteada, porque “ve rojo”, como dice él, porque es la única manera que tiene de hacerse el “kapanga”, o porque el insulto ya es parte de su vocabulario y su esencia.
Su escolta es Lombardo (Rodrigo De la Serna), otro que además de seguir a rajatabla su propio manual de estilo, hace de la puteada un culto, y la aplica cuando la tiene que aplicar y cuando no también.
Sería una pérdida de tiempo ponerse a contar la cantidad de “malas palabras” que se expresan por episodio, y la verdad es que no hace falta; en El puntero son como una especie de cortina musical que no altear, porque el televidente conoce el código y sabe que, para que el verosímil exista, deben estar sí o sí.

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