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Luciano Cáceres: “Algunos me miran con miedo”

El teatro marcó su destino incluso antes de nacer. Ahora da vida a uno de los personajes más perversos De “El elegido” y se prepara para dirigir a Leonor Manso. Con su mujer Gloria Carrá tiene una nena.






Fue concebido, literalmente, en un escenario, conoció a su mujer en un teatro (en una premonitoria obra llamada La felicidad ), vivió varios años en el altillo de una salita teatral de barrio. Algunos lo descubren ahora por su personaje de David Nevares Sosa en El elegido  (Telefe), pero ése es sólo el angulo más llamativo de un hombre que estuvo destinado a su oficio aún antes de nacer: para Luciano Cáceres actuar es tan natural como respirar.
“La masividad no me cambia, yo sigo trabajando de la misma manera. Lo mejor es que la gente me habla del personaje, o sea, de mi laburo. La diferencia es que ahora me conoce un público que antes no”, cuenta. El David que interpreta es malo, perverso, violento, tierno, sufrido, además de bisexual e impune. “Creo que por todo eso despierta cierto morbo. Es gracioso porque algunos en la calle me miran con un poco de miedo. Además, con su padre tiene una relación de amor/odio y está buenísimo lo que pasa con Lito Cruz (que encarna a Oscar Nevares Sosa). A veces hacemos la escena de una porque nos potenciamos de entrada”, dice.
Cáceres asegura que se divierte trabajando. “Es un lugar muy cómodo porque la productora es de dos compañeros de trabajo, Pablo Echarri y Martín Seefeld, con los que almorzamos todos los días y la comunicación es directa. Son muy generosos y laburamos en equipo. Me dieron un rol, pero, además, me dieron una camiseta, y la quiero defender”.
Bien distinta a la relación padre e hijo que tiene en la ficción con Lito Cruz, Cáceres heredó del suyo la pasión por la actuación. “Mi viejo tenía un teatro independiente, y además trabajaba en la municipalidad; ahí conoció a mi mamá. Los dos tenían otras parejas, pero se enamoraron y a mí me concibieron en un escenario, literalmente, porque mi papá dormía en un colchón arriba del escenario”. Luciano veía actuar a su papá y, con 4 años, sabía la letra de las obras. “Hacía un personaje que era fabricante de muñecos y terminaba él mismo convertido en uno. Yo me la sabía de memoria”.
De tanto insistir, logró que a los 9 lo mandaran a un curso de teatro para niños, y enseguida a la escuela de Alejandra Boero, que lo becó. “Ahí me quedé 10 años, hice todos los cursos, pero además fui boletero, acomodador y construimos parte de Andamio 90”, recuerda. ”De ella aprendí disciplina, además de teatro”.
Lo que siguió fue irse a vivir solo. Y eso por entonces significaba dormir en un altillo de una sala teatral armada a pulmón entre varios amigos. “En el entrepiso dormía yo, al lado de la cabina de luces. Cuando decidí que no iba a vivir de otra cosa laburaba en un kiosco, y dejé todo. Estuve varios meses sin tener nada de nada hasta que audicioné para una obra que iba a dirigir Norma Aleandro, y quedé”.
Por entonces hacía malabares, mimo, era estatua viviente y también se probaba como director. Algo que continúa hasta ahora. “Lo de dirigir se fue dando por accidente. La primera vez fue en una obra con Sergio Surraco, que eran dos textos de Chejov: él me dirigía a mí y yo a él, y las críticas fueron excelentes”. Ahora, ensaya Cordero de ojos azules  , donde dirige a Leonor Manso y Carlos Belloso, y que se estrena muy pronto en el Regio. “Con Leonor somos como familia. Ella me pidió que la dirigiera hace unos años porque le había gustado mi trabajo, y yo la admiro mucho. Me hace bien estar cerca de ella”.
Hace cinco años, Luciano tuvo su experiencia en Alemania gracias a la beca Goethe y a la bendición del autor René Pollesch, uno de los referentes más importantes de la dramaturgia alemana actual. “Fue un momento duro porque dos días antes de viajar murió mi hermano mayor, y me fui muy sensible. Pero la experiencia valió la pena”.
A los 34 años disfruta, además, de su pareja: la actriz Gloria Carrá, con quien tiene una hija, Amelia, de un año y medio. “Nos conocimos en La felicidad , de Javier Daulte. Habíamos trabajado juntos ocho años antes, pero se ve que no era el momento”. Y cuando habla de Amelia aparece el lado más tierno de Cáceres. “Habla todo, actúa, usa el doble sentido, es una gobernanta. Es lo mejor que me pasó en la vida”. En octubre volverá a trabajar con su mujer, también en una obra de Daulte,4D Optico, en el Cervantes.
Sin falsa modestia, Cáceres agradece las oportunidades. “Pero también a mi formación, a mi capacidad como actor que me permite sostener un personaje como el de El elegid . Cuando me abrieron la puertita yo aparecí con todos los petates. Es un buen momento, me agarra bien parado, y con ganas de hacer las cosas que estoy haciendo”. Con muchos proyectos, prefiere concentrarse en el presente. “No quiero perderme nada. Agradecer porque es una bendición, disfrutar, estar despierto. Cuanto más conectado estás, más ves las posibilidades y los encuentros con las personas. Si no estás atento, te lo perdés”.
La vida emocional
“Creo que uno no elige los proyectos sino que ellos lo eligen a uno. Hay encuentros que te marcan la vida, para bien o para mal. Hubo obras que sólo vieron mi familia y las familias de mis compañeros, pero me hicieron lo que soy. Uno trabaja con la sensibilidad. Soy muy práctico y cerebral para algunas cosas, resuelvo rápido y después lloro en los rincones. Pero cada vez me conecto más con la emoción”.
 
 
También en cine
 
Nominado a los premios Cóndor de Plata por “La mosca en la ceniza”, de Gabriela David, Cáceres recuerda a la directora (murió el año pasado) con alegría. “Me la crucé de casualidad cuando se abrió la puerta de un ascensor y ella me vio. Me pone contento haber trabajado en esa película y poder conocerla a ella”.

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