“Tenemos que hablar de tu retiro” le dijo, anoche, Eva Ochoa (Luz Cipriota) a su padre, Manuel (Lito Cruz) en “Sos mi hombre” (El Trece).
“El único retiro que conozco es la estación de trenes”, respondió él, en plena recuperación del infarto que sufrió tras la dura discusión con Alejo (Gonzalo Valenzuela). Confieso que celebré esa respuesta contundente, enérgica, plena de determinación. Fue la contestación perfecta para el personaje de Manuel Ochoa, un torbellino de energía al que el paso del tiempo podrá traerle achaques en el cuerpo, pero nunca en las ganas. Ochoa no nació para retirarse de ninguna parte. ¿A él van a hablarle de retiro? ¿A él, que tras 25 años como bombero voluntario llegó a jefe del cuartel Del Delta, y aprendió a ponerle el pecho a todos los problemas, los laborales y los personales?
Confieso que me fascina ese personaje de la tira de Pol-ka. Por eso espero que ni sueñen con retirarlo de ningún lado donde aún quiera estar. Ochoa es de esos que no han venido al mundo para mirar pasar la vida, sino para zambullirse en ella y nadar, como sea que venga la corriente, a favor o en contra. A su única hija, empeñada en regalarle días tranquilos y desprovistos de conflictos, la mueve el noble propósito de cuidar la salud de su padre. Como a cualquier hija, claro. Pero, ¿quién garantiza que pueda mantenerse saludable un hombre que anda de romance con la actividad si la abandona sólo para calmar la zozobra ajena? A mí me cuesta imaginar a Ochoa, el mismo que repite “estoy hecho un pibe”, apartado de los maremotos cotidianos y mirando la agitación del mundo desde las aguas de un acuario doméstico. Sospecho que esa sería su peor pesadilla, el infierno más temido.
Me simpatiza Ochoa, con su naturaleza inquieta, porque me gustan las personas como él: esas que pueden adaptarse a cualquier cambio, pero son incapaces de pronunciar la palabra “retiro”, salvo para tomar trenes o micros. No hablo de los que se atrincheran en un puesto de trabajo ni en un sitial de poder, año tras año, década tras década, como si fueran monumentos, inamovibles. Hablo de los que están dispuestos a adaptarse a mil y un cambios, pero no conciben la idea de dejar de hacer algo para pasar a hacer nada o casi nada. Me refiero a esos que se resisten a que el calendario sea el amo y señor de sus ganas. Tiene algo de admirable esa clase de gente que, se sabe, seguirá teniendo proyectos mientras tenga vida. Ochoa juega en ese equipo. Y es de los buenos. ¿Quién podría querer que lo manden al banco cuando él aún se siente “un pibe”?
Clarin
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