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Julio Chavez " Farsantes no es una telenovela groncha"

Julio Chávez vive en el corazón de Palermo. Ahí, en la zona con más tránsito del barrio más snob de Buenos Aires. 


Una especie de contradicción de este ser prestigioso que se autodefine muy sensible a la efusividad de la gente y un gran temeroso de las cosas negativas que le puedan llegar a decir. “Por suerte, son buenas cosas”, sonríe. 
Chávez mora en una refaccionada casona de 1915 pintada de color blanco, muy bien amoblada, adornada con esculturas, y con diferentes espacios, en los que dice sentirse contenido. “Tan vieja es esta casa que tiene doble ladrillos y el ruido de un sábado por la noche es como lo escuchás ahora. Muy leve.” 

—¿Hace cuánto que vivís acá?

—Me mudé en 2001. Compré la propiedad con todos mis ahorros y a los seis meses vino la debacle. De no haberla adquirido hubiera sido una víctima más del corralito. Esta compra no la viví como una gracia divina sino que fue más una suerte económica. 
El protagonista de Farsantes oficia de buen anfitrión. Pregunta si estamos cómodos, si queremos un café o preferimos una copa de vino. Café, para empezar la charla con PERFIL, parece lo correcto como para contrarrestar el largo día de grabaciones, siendo que el reloj marca las 20. 
—Tu cara me transmite la sensación de decirte “estás hecho pelota” (lanza una carcajada) 
¿Cuál es el costo físico de una tira diaria?
—La vida tiene un costo físico. ¿Querés vivir? Bueno, la vas a tener que gastar (se ríe). Te diría que me sentiría muy poco digno si hablase de costo físico. Me aliento, tengo un hermoso cobijo que es mi casa, tengo trabajo, hago el ejercicio del pensamiento que un ser humano puede hacer. Me cuidan, me miman, me estimulan, trabajo con mis asuntos, me va bien. Envejezco. No puedo pretender que el coche esté siempre cero kilómetro. 
Es miércoles, y la jornada fue de 26 escenas, cuando su promedio varía entre 15 y 23 escenas diarias. Si le toca interiores en Estudios Baires de Don Torcuato son más, y suelen reducirse en exteriores. Lunes y martes regresa y sale rápido para dar clases en su escuela de teatro hasta medianoche, y el resto de la semana (incluyendo sábados y domingos) estudia los guiones, sus clases, y la obra que hará en 2014. “No tengo tiempo de ocio, y tampoco lo necesito”. 
En una esquina de la casa de piso de parquet se encuentra una especie de oficina, con una Mac encendida, Facebook abierto, rodeada de muñequitos de colección. La vista desde allí parece inspiradora: se ve la plaza Serrano en su plenitud. En el otro extremo tiene un pequeño atelier, con el piso pintado de negro, donde se dedica a pintar. En la planta superior, una terraza con plantas y una parrilla. “Sólo hice cuatro asados acá”, responde mientras se escuchan los ladridos de sus dos perros: Tita y Hugo. “Eran tres. Falta Emilio, que era el padre de ese clan y falleció hace siete años. Era mezcla de sharpei y labrador, un perro glorioso, el primero que tuve cuando vine acá. Después compré a Tita, su novia, una golden hermosa de 13 años, y juntos tuvieron diez cachorritos de los cuales me quedé con Hugo, nacido hace casi doce años. Es una familia. 

—¿Cómo fue despedir a Emilio?

—Una catástrofe. Padecía una enfermedad espantosa y tuve que tomar la decisión en determinado momento porque era un padecimiento para mí, cuidarlo fue tortuoso, y lo mismo para él. Por honor a su dignidad había que ayudarlo. Es duro. Hoy subo a la terraza y hay lugares que tienen que ver con Emilio que no los puedo mirar. Me ha quedado muy grabado. Lo he querido mucho.

—¿Lo lloraste?

—¡Uf! Muchísimo. Lo sigo lamentando. Cuando estaba muy enfermo yo decidí dejar de fumar. Toda la vida fui un gran fumador. Ahí mismo me infligí la pérdida de un hábito que se vive de modo muy particular. Mis amigos me decían “no lo hagas ahora”. Son experiencias dolorosas, personales. Ha sido un gusto privado tenerlo y un dolor privado perderlo. 
Alrededor del living habitan estanterías blancas con series (algunos títulos: Six Feet Under y Los Soprano), otras colmadas por libros de Matisse, Gerard Durozoi, Picasso, Van Gogh, Velázquez, y hay otras con películas divididas por directores: Almodóvar, Cukor y Kurosawa. Hay un proyector donde suele mirar los capítulos de Farsantes que se hace grabar especialmente. “No lo veo en TV. Estoy atrasado: voy por el capítulo 36 y ya se emitieron mas de 50”. 

—¿“Farsantes” es lo más popular que hiciste?

—Muy, muy, muy. Sorprendente para mí. A veces empezás a entender cosas que te dicen y que son títulos viejos: “Estás todo el día en la casa de la gente”. Y cada tanto alguno me recuerda El puntero, que era mi gran incógnita, pues no sabía si el público iba a poder soltar a Pablo Aldo Perotti (su ex personaje). Por suerte la mayoría ya me llama “Guillermo”, “Guille”, “abogado”. 

—¿Qué más te dicen?

—Te voy a ser sincero: cuando llega un comentario lo escucho, pero no voy en busca de ellos. Mis oídos son un poco vulnerables y las personitas son bastante expresivas. Es por mi sensibilidad. Me siento profundamente vulnerable si llego a escuchar algo desagradable. No me meto en las redes sociales. Tengo una cuestión fisiológica, y mi instrumento no resistiría en todo lo que se pone en negativo. Siento mucho afecto en una tira y en un relato muy particular. No soy un actor popular. 

—¿No?

—(Piensa) Debería decir “no lo era”, porque sin lugar a dudas la popularidad ha aumentado, pero yo no me considero un ícono. Digo: por trayectoria, por elección de papeles que no apuntaban exactamente a la masividad.
Brindis. Julio Chávez, de 57 años, interrumpe por un instante la entrevista para invitar una copa de vino. El mismo va hasta la cocina, en dirección opuesta a la calle, y trae un vino tinto en copas de cristal. “Me lo mandó un matrimonio con una carta amorosa y conmovedora acerca de Farsantes. Es riquísimo.” 
La ficción producida por Adrián Suar le gana a Susana Giménez en el rating durante septiembre por 15,3 a 15,2, con un recurso inusual: una historia de amor entre dos hombres. “Yo pensaba que iba a pasar un camión recolector de basura y el tipo me iba a gritar cualquier cosa. Y no. Recibo una calidez frente al asunto, y una adhesión maravillosa. Me toca junto con Benjamín relatar esta historia de amor, y creo que una de las cosas que imprime es la humanidad con que se trata el asunto. No digo la demagogia. El otro día se me acercó una señora de clase, muy bien vestida, elegante, y me dijo: “Yo no estoy de acuerdo con el tema. Me cuesta mucho mirarlo, pero la ternura que ustedes nos comunican a través de ese vínculo yo no la he recibido nunca”. Es muy fuerte eso, que una situación afectiva traspase su propio problema ideológico, o que el recolector de basura me grite: “dale Guille, peleala”. 
—Antes la gente esperaba el beso de Solita y Satur en “Rolando Rivas taxista” y hoy esperan el beso entre Guillermo y Pedro...
—Sí. Las convenciones han cambiado. Farsantes es una telenovela, es un culebrón, tiene que ver con el melodrama, pero no es groncha. Ojo, que lo groncho no significa que sea malo sino que es una estética y que incluso se pueden hacer cosas extraordinarias también. 
—En una nota de PERFIL salieron “Los ‘Farsantes’ de la vida real”, hombres que dejaron a sus mujeres por enamorarse de otro hombre. ¿Qué siente, teniendo en cuenta tu personaje, un ser al que le cuesta salir del closet?
—Yo intento comprenderlo, pero no es mi circunstancia. No sé qué siente. Estoy construyendo un ser de ficción, lo lleno de cosas que creo y elijo. Intento que se vea el ejercicio de la libertad. No digo que sea un hombre libre, sino que ejerza su carácter de ser hombre, intente pensar, ser lo menos careta posible en un mundo donde todos somos caretas. Me gusta contar un Guillermo que es un hombre que ha intentado hacer una negociación entre lo que él entiende que es socialmente y lo que es una pulsión de deseo, y ha intentado satisfacer esas dos partes. 
—¿A lo largo de tu carrera tuviste que ser muchas veces careta? 
—Yo soy absolutamente careta. Lo digo en el sentido de que soy muy consciente de las escenas y me gusta hacerlas. La hospitalidad, por ejemplo, es una escena que hago con mucho gusto. Además soy actor, adoro las caretas. Somos apariencia. Cuando decimos “farsantes”, no es porque son abogados, sino porque es una hermosa característica del ser humano; lo que pasa es que lo ponemos al lado de la persona que lo utiliza como medio dañino para joder a otro. La máscara no es dañina. El amor es una experiencia privada, relacionada con los principios.
Sexo & rock and roll. Al día siguiente de la entrevista (jueves), Chávez grabó al alba la primera escena de sexo con Benjamín Vicuña. “Es como un cumpleaños: mucha expectativa, pero cuando pasa se termina y a otra cosa”, afirma Chávez, aunque reconoce que “nunca viví esta situación de tanta expectativa”.

—¿Cuántas escenas de sexo hiciste en tu carrera?

—Muy pocas. Tengo un tema muy serio en relación con eso. Son las escenas que menos me interesan, nunca he sido una persona exhibicionista en ese sentido. Ni ahora que soy un hombre adulto ni tampoco cuando tenía 20 años. Es algo extremadamente privado. Y cuando se quiere hacer escenas de eso se embellece el asunto y a veces en la cama somos torpes, toscos, no tan precisos de esas manos recorriendo las espaldas. Debemos ser muy raros. El embellecimiento de eso me humilla, me hago como el lindo, el estético. Y siempre le digo a mi adorable compañero, Benjamín, y a mis directores: “Chicos, nada de improvisar, marquemos el camino exactamente como hay que hacerlo”. Y en esa escena marcamos como iba a resolverse todo. 
—¿Sentís la expectativa general?
—¡Sí! Me paran mujeres, chicas, chicos que me dicen “che, dale Guille, dale, encajale ese chupón, háganlo de una vez”. Es muy particular, ¿sabés? Porque soy un hombre muy pudoroso, entonces es interesante para mí también. Siento que hay una experiencia muy hermosa en este programa con respecto al amor en la circunstancia de la vida. El programa acepta, alberga, protege y mantiene, y no crítica a los seres que tienen problemas con el tema. 
—Marlon Brando era muy exigente, y cuando filmaba sus películas generaba malestar en sus compañeros. Vos te reconocés exigente. Se dijo que por tu manera de trabajo se generaron conflictos en el elenco. ¿Cómo lidiás cuando se filtran estas informaciones?
—No lidio, porque no existió. Lidio con lo que se armó. La escuché en los medios, se contó un viaje que no experimenté, de esa pelea que dijeron (N.deR.: con Facundo Arana). Si alguien dijo que fui a la China no voy a salir a desmentirlo. Ahora, si la pregunta es si a mí no me importaría establecer un vínculo crispado con algún compañero en función de la defensa de mi punto de vista del trabajo, te digo que a mí no me importa crear una situación de fricción. O sea que podría pasar sin lugar a dudas. Acá no pasó. ¿Pero podría pasar? Sí. Me enfrentaría a cualquier actor, lo haría con quien sea, con quien sea. Si hoy se me presentase enfrente Meryl Streep y yo advirtiese que hay algo de la expresión que no termina de convencer y debo hacer un esfuerzo para contar mi punto de vista, para corregir algo, lo hago. ¡Y me chupa un huevo que sea Meryl Streep! Entonces imagínate si no establecería una pelea con alguno de mis colegas. ¿Sabés lo que pasa? Que cuando hay alguien con el vientre inflamado, al primer pedo que se siente todos los señalan a él. Y capaz que no fue.
Fuente: Gustavo Mendez para Diario Perfil

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