El actor estrenó La araña vampiro, y asegura que la cinematografía nacional pasa por un gran momento y que los argentinos critican la producción local por prejuicios.


Fernando Trueba dijo, en su fundamental Mi diccionario de cine, que el cine no está hecho por estrellas, sino por actores secundarios. Decirle a Alejandro Awada actor secundario, en ese “sentido Trueba”, puede ser el piropo más honesto que se merece uno de los rostros más fuertes, y de las formas de actuar más fundamentales, del cine argentino de los últimos años. El mismo muestra su huella al decir: “Te confieso que estoy cada día más enamorado del cine. Soy un actor clásico, que viene del teatro, que se hizo ahí, que se considera del teatro, pero de un tiempo a esta parte vengo valorando mucho el mundo cinematográfico. Me parece algo muy contundente cuando una película sucede, me parece emocionalmente muy fuerte”.
En ese sentido, el último suceso de Awada en el cine es un papel en La araña vampiro, el film de Gabriel Medina (Los paranoicos, obra maestra del cine argentino con Daniel Hendler) que él mismo define como “un gran trabajo de equipo”. Pero Awada tiene mucho, casi como poca gente, para decir del cine nacional.
—¿Cómo ves al cine argentino en este momento?
—Lo veo muy bien. Pasando por un momento brillante. No hay que hacer otra cosa que ver las películas que van a festivales, es un cine con mucha seriedad y compromiso. Me parece que se están formando y se formaron una gran cantidad de talentos (actores de cine, sonidistas, iluminación, el rubro que sea) que no tiene nada que envidiarle a ningún lugar del mundo.
—Pero que tiene problemas con el público. ¿Por qué?
—Primero tenemos que salir del prejuicio, para mi gusto estúpido, para con el cine nacional. Estamos hablando de una cultura de lo no argentino que se instala mucho, lejos, lejísimos en nuestra historia. ¿Cómo va a tener espacio el cine argentino si los gringos además de tener la torta son realizadores, productores y distribuidores? Y vos lo sabés tanto como yo, el 90 por ciento del cine que nos tenemos que comer deja muchísimo que desear. La medida de la cuota de pantalla es insuficiente e inefectiva.
—El Incaa siempre sostiene que no quiere meterse en el terreno privado.
—OK, no te metas, pero creá entonces no menos de dos buenos centros de exhibición para cine nacional, y sólo en Capital Federal. Parecido a un multicine. Pero entiendo que hay intereses en juego que lo dificultan. Acá la gente va al cine y va al Hoyts, o al Village, es muy difícil. Tendría que haber cines, y lo digo desde el sentido comercial y cultural, donde se exhiba bien y se proteja el cine nacional, armando un lugar que tenga todo lo que necesita el espectador. Es venderle todo el paquete, para que sea un placer ir al cine, porque el espectador tiene varias de sus necesidades satisfechas.
—Se produce, se filma mucho, pero el problema llega ahí, en la sala. ¿Falta ajustar eso?
—Falta la última pata. La más importante. No sé qué impide que se haga algo así, y si no se puede. Pero no hay que quedarse en la queja, tenemos que pensar cómo desactivamos el prejuicio.
—Lo veo muy bien. Pasando por un momento brillante. No hay que hacer otra cosa que ver las películas que van a festivales, es un cine con mucha seriedad y compromiso. Me parece que se están formando y se formaron una gran cantidad de talentos (actores de cine, sonidistas, iluminación, el rubro que sea) que no tiene nada que envidiarle a ningún lugar del mundo.
—Pero que tiene problemas con el público. ¿Por qué?
—Primero tenemos que salir del prejuicio, para mi gusto estúpido, para con el cine nacional. Estamos hablando de una cultura de lo no argentino que se instala mucho, lejos, lejísimos en nuestra historia. ¿Cómo va a tener espacio el cine argentino si los gringos además de tener la torta son realizadores, productores y distribuidores? Y vos lo sabés tanto como yo, el 90 por ciento del cine que nos tenemos que comer deja muchísimo que desear. La medida de la cuota de pantalla es insuficiente e inefectiva.
—El Incaa siempre sostiene que no quiere meterse en el terreno privado.
—OK, no te metas, pero creá entonces no menos de dos buenos centros de exhibición para cine nacional, y sólo en Capital Federal. Parecido a un multicine. Pero entiendo que hay intereses en juego que lo dificultan. Acá la gente va al cine y va al Hoyts, o al Village, es muy difícil. Tendría que haber cines, y lo digo desde el sentido comercial y cultural, donde se exhiba bien y se proteja el cine nacional, armando un lugar que tenga todo lo que necesita el espectador. Es venderle todo el paquete, para que sea un placer ir al cine, porque el espectador tiene varias de sus necesidades satisfechas.
—Se produce, se filma mucho, pero el problema llega ahí, en la sala. ¿Falta ajustar eso?
—Falta la última pata. La más importante. No sé qué impide que se haga algo así, y si no se puede. Pero no hay que quedarse en la queja, tenemos que pensar cómo desactivamos el prejuicio.
Invasion cultural
Awada sabe que todo el problema no es su certeza de que “estamos invadidos culturalmente” y sostiene: “También es cierto, y acá me pongo áspero, que hay muchos productores con otras intenciones. Productores que no corren riesgos, que por recibir subsidios no les importa si llevan gente o no. Habría que ver el sistema de créditos, no para producir menos pero sí para que sean dados a gente que tenga ganas de que nuestro cine sea exitoso”. Pero continuando la línea áspera, cuando se lo lleva al terreno de las opiniones respecto de los cacerolazos, Awada dice que está “a favor de este Gobierno, incluso sabiendo que a veces la patina, sobre todo cuando debería comprender que el otro es el otro, no se debería imponer o descalificar”. Sostiene: “Me pongo un poquito más áspero, y me involucro; en la Argentina carecemos de conciencia cívica. Somos egoístas, estamos en el sálvese quien pueda. Hoy eso se nota como nunca. Y los cacerolazos tienen que ver con un sector que, desde mi punto de vista, no comprende el nosotros, no comprende que tenemos que aprender a vivir en sociedad. ¿Cómo hacemos para construir lo nuestro? No concibo que un señor que tenga un pasar muy importante decida no ajustarse a prescindir de los subsidios a los servicios. O que alguien no comprenda que vive en una sociedad y tiene que pagar los impuestos. El sector que caceroleó está, para mí, más al servicio de esos intereses, no quiere intercambiar, no quiere dialogar. Estamos hablando de lo mismo que hablábamos antes”.
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