Aunque se trata de metáforas de vida bastante inmediatas, y las hay buenas, las cintas sobre beisbol son difícilmente universales y placenteras para la gran audiencia
Si pensamos cintas de este corte, vendrán a nuestra mente películas de Kevin Costner (Bill Durham/1988), Kevin Costner (Field of Dreams/1999) y Kevin Costner (For the Love of the Game/ 1999). Si queremos darle una segunda ronda de memoria al beisbol en el cine, sigámosle, y nos acordaremos de Madonna (A League of Their Own/1992). Actores olvidados, haciendo un cine olvidado sobre un tema irrelevante para la cultura actual del cine.
En un mundo justo, bastaría con que los temas y los actores que los exaltan fueran buenos. En el mundo nuestro, importa muchísimo que temas y talento no sólo sean buenos, también deben ser culturalmente relevantes. El beisbol ha estado al margen del temario de esta época porque a nadie le ha apetecido replantearlo. Esto era hasta que llegó Brad Pitt con su carisma mediático, su alta demanda entre directores importantes y su solvencia para convertir guiones encajonados en películas prioritarias.
En El juego de la fortuna, Brad Pitt es Billy Beane, director general de los Atléticos de Oakland. Su reto es revivir a este equipo con un limitado presupuesto. Y aquí el primer gran ajuste a la fórmula del cine beisbolístico: esta no es la historia del entrenador que cultiva espíritus. Es la historia del hombre sentado en el escritorio que rinde cuentas a los dueños del equipo y no tiene empacho en reconocer que, en el deporte, puede más el equipo que gasta más dinero en comprar jugadores. En este cambio de zona de acción y de protagonistas (del diamante a las oficinas del estadio, del coach al administrador) surge el nuevo aliento en la historia de siempre: mucho diálogo astuto (cortesía del guionista más efervescente, Aron Sorkin) duelos de carácter, discursos realistas y motivantes. Todo entre cafeteras, rotafolios y escritorios.
El personaje de Pitt sabe que algo anda mal en la forma en que el beisbol funciona y lo sabrá mejor cuando conozca a un graduado de la Universidad de Yale. Uno de esos graduados que tienen la fórmula mágica del éxito. Como los de Harvard que se burlaron del sistema de los casinos en 21 o los de Harvard que inventaron Facebook. Este graduado de economía (Jonah Hill) lo convence de que la lógica del beisbol es medieval, tiene un criterio intuitivo y no matemático para formar equipos, pronostica grandes deportistas basándose en virtudes y defectos intangibles, como si la novia del jugador es bonita o fea, o si el jugador tiene fama de parrandero. Lo que le aconseja hacer es ir a contracorriente, ganarse de detractores a todos sus colegas y formar un equipo en base a cálculos matemáticos.
Lo que sigue muchos lo pueden adivinar, lo han visto en otras películas. La fórmula está ahí, claramente. PeroEl juego de la fortuna se siente tan bien contada, ejectudada y hasta tiene un Phillip Seymour Hoffman con una gorra de entrenador en vez de un sombrero de intelectual. Es difícil no emocionarse viéndola aun cuando se propone mostrar al beisbol sin pasión y con frialdad pura.
No es por demeritar un guión de Aron Sorkin o la dirección de Benett Miller, pero lo más interesante aquí es la labor de Brad Pitt. No la del actor. La del “benefactor”. Al igual que su personaje, pero fuera del set, Pitt tiene la consigna personal de levantar proyectos financieramente desahuciados. Mientras que su esposa aboga por causas lejanas que quizá ni comprende, la labor humanitaria de Pitt es acoger películas que, sin su presencia como productor o protagonista, no verían la luz.
Babel de Iñárritu, The Tree of Life de Malick y esta película, en cierto sentido, le deben algo de su existencia a Pitt. Quizá no en la misma medida ni bajo las mismas circunstancias, pero es sabido y comprobable que, gracias a que él se interesó en estos proyectos, el camino a su realización fue más sencillo.
Esto no significa que estos proyectos no fueran valiosos por sí mismos. Significa lo que ya dije: en los términos de Hollywood, temas y actores sirven siendo buenos y efervescentes. Y, como en el beisbol, puede más el que tiene al actor mejor pagado y más redituable.
Vale la pena que los ajenos al beisbol sacudan apatía, prejuicios y disfruten El juego de la fortuna. Quienes son aficionados encontrarán una película que por fin le hace justicia fílmica a este juego, replanteándolo de un contemporáneo.
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