Hot!

"Tengo que sacarme a Darin de encima"

           

En noviembre empezás el rodaje de Villa con Trapero. ¿Cómo es hacer de cura villero?

  

               "Mi viejo me diría: 'No sea gil,  no se la crea'"







—No lo sé. Sé que esta vez voy a tener que trabajar, investigar mucho. Cosa que no suelo hacer, porque soy más bien atrevido. En este caso quiero estudiar toda la liturgia, salir un poco del lugar común del cura tercermundista. Voy a ver cómo es cada cura de acuerdo con la corriente de la Iglesia a la que pertenece. Tengo que trabajar en muchos aspectos, sacarme a Darín de encima. Yo sé que la gente apenas me vea va a decir: “Ah, Darín haciendo de cura”, pero quiero que a los 14 segundos se olviden de eso.
—¿Qué podés adelantar de la película?
—Está ubicada en una villa rodeada de progreso, con gente luchando por sobrevivir en esas condiciones, la gente que labura. A nosotros cuando nos dicen “villa”, lamentablemente pensamos en el delito. Hay trabajadores y hay delincuentes. Como en todos lados. Tener que convivir con ese desprestigio es muy duro. Es una historia dura.
—¿Te van a pegar mucho, como en Carancho?
—En la primera versión del guión no me pegaban, pero en la que leí ayer ya habían agregado una escena donde cobro... Igual, en Villa la violencia va a pasar por otro lado.



_________________________________________________________________



"Mi viejo me diría: 'No sea gil, no se la crea'


El actor, que presidió el jurado en el Festival de Biarritz y recibió el Konex de brillante, confiesa que su madre se enojó porque no la invitó al evento.

De pie sobre el escenario del Centro Cultural Konex, mientras sostenía el galardón homónimo de brillante por su trabajo durante la última década, al calor de los aplausos de Norma Aleandro –presidenta del jurado–, Ricardo Darín llegó a un punto de inflexión en su carrera. El actor que se hizo a sí mismo, que no tuvo formación institucional en lo que ama –aunque por lo bajo admite que tiene otra asignatura pendiente, la escritura, y posee una idea que no lo deja en paz para plasmar sobre el papel–, recibió un premio que le otorga prestigio a una carrera cimentada en talento innato, carisma y popularidad. Y humildad, pieza clave si se desea comprender su itinerario.
Por si fuera poco, 24 horas antes de subise a ese escenario regresaba al país de Biarritz, donde por primera vez había presidido un jurado. “Es un laburo que te lo regalo”, se ríe, “porque implica coordinar las diferentes posiciones para tratar de arribar a una resolución que pretenda poner un poco de justicia; no es nada fácil”.
—Al recibir el Konex de brillante dijiste: “Ahora puedo decir que soy artista”. ¿Por qué?
—Soy hijo de un matrimonio de actores y nieto de un empresario teatral, mi hijo es actor, mi hermana es actriz... Se hizo una larga dinastía en la que al final entendimos que la actuación puede ser parte del arte, pero es más artesanal. Siempre me gustó más hablar de oficio, o de artesanía.
—Ahora quedó zanjada la dualidad latente entre popularidad y prestigio, ¿no?
—En este caso, si algo les pudo hacer creer que yo merecía este premio fue la acumulación de trabajos que hice en esta década y que tuvieron mucha aceptación del público. Si existe la frontera entre lo popular y lo prestigioso, en este caso se desdibujó. 
—¿Qué te dijo tu mamá cuando te vio recibir el Konex de brillante?
—Me cagó a pedos mal, porque no estaba enterada. Normalmente hubiera coordinado con ella, la hubiese llevado porque sé que estas cosas le gustan, pero no lo hice porque volví a la Argentina el día anterior, así que me transformé en el villano de mi propia película. 
—¿Y qué creés que te hubiera dicho tu viejo?
—“No sea gil, no se la crea.” Seguro. Me hachaba abajo, siempre. “No se la crea, no les dé bola, no saben lo que dicen.” 
—¿Te trataba de usted?
—Sí, alternativamente. Cuando quería que algo me quedase grabado me trataba de usted.
—¿Te llegó a reconocer alguna vez?
—No. Lo máximo que me llegó a decir fue, una vez, “estuvo muy bien”. El estaba un poco peleado con el oficio. Era más escritor que actor, y más aviador que otra cosa.
—Cambio de lo emotivo a lo matemático: en el último año, el 50% del público argentino que pagó una entrada para ver una película nacional eligió verte a vos en “Un cuento chino”. ¿Es un peso muy grande?
—Para nada. Creo en la libertad del consumidor.
—Bueno, pero vos venís en una buena racha: “Carancho”; “El secreto de sus ojos”...
—Sí, por suerte. Igual ya se va a terminar (se ríe). Nuestro territorio no es una ciencia exacta.
—¿Cómo sentís que te ven tus colegas ante esa respuesta casi excluyente del público?
—Depende de qué colegas, de cuándo nos conocimos, de cómo nos llevamos, de si nos queremos... Supongo que algunos sentirán que es un despropósito. Lo que recojo de colegas es, por abrumadora mayoría, afecto y buena onda... El otro día fui a ver a Selva Alemán y Arturo Puig en El precio. Yo me crié con ellos. Cuando los fui a saludar a camarines, me encuentro con ella y me pegó un abrazo muy fuerte, me miró a los ojos de una manera que yo no esperaba y me dijo: “Qué carrera que hiciste”. Eso vale mucho más que cualquier otra cosa. Volviendo a lo que me preguntabas, creo que en mi carrera jugó mucho mi pase al cine, que siempre gozó de mucho prestigio, merecido o no. Y eso se dio casi de casualidad.
—¿No hubo una renuncia a la televisión de tu parte?
—Yo venía atado a contratos televisivos durante mucho tiempo, y en ese transcurso tuve que decir que no a varios proyectos de cine. Y cuando se terminó el contrato que tenía con Telefe por Mi cuñado, justo aparecieron proyectos nuevos.
—En televisión tenías contratos más que importantes en dinero, y supongo que los primeros en cine no llegaban ni por asomo a esos montos...
—¡No, no llegaban para nada! La tele lo que me ofrecía era hacer de muchachito canchero o ganador. Y empecé a sentir el tema del contenido. Los que se parecen a la gente no son los ganadores. Esos son los que admiramos. Pero los que se parecen a la gente son los perdedores... Cuando terminó ese contrato yo tenía mi casa, un autito, una cuenta bancaria que no garantizaba nada pero nos dejaba tranquilos... Nunca me gustó correr detrás de la guita, lo que no significa que no me guste ganar dinero.
—Cuando eras el galancito, ¿querías ser lo que sos hoy?
—Sí, seguro que sí. Lo que me pasó muy groso fue en el ’82, con Nosotros y los miedos, que fue la primera vez en mi vida que la gente me paraba por la calle para decirme: “Al final vos no sos ningún boludo”... Era otro tipo de televisión, que movilizaba y ayudaba a pensar... En fin, una televisión que se extraña.
—¿Cuáles fueron tus fracasos?
—Recuerdo un montón. Por suerte, porque se aprende a corregir. Un error muy frecuente de los actores es aceptar laburos porque les gusta el papel, pero si el personaje es bueno en una historia de mierda, con un director de mierda, no tenés muchas esperanzas. Justo me pasó ahora, que presidí el jurado de Biarritz, que vi una actriz en un bodrio, y por experiencia veía todo lo que ella luchaba contra ese guión malo, contra el director malo, contra el resto del elenco que era malo... Como presidente, quise rescatar el esfuerzo de esa mina pero el resto del jurado me miró como si estuviera loco.
—¿Cómo hacés para no caer en eso?
—Leo mucho los guiones, y también los lee mucho Florencia, mi mujer. Hoy me preguntó qué me había parecido uno, y le dije que si me puedo a acostumbrar a que ya empiezan a no llamarme para hacer de muchachito, todo bien. Ella me cargaba: “Se te ve muy bien para ser viejito”. Me vio medio deprimido y me cargaba... Ella lee todo. No es que si a ella algo no le gusta yo ya no lo leo, pero la escucho y me ayuda a ordenar prioridades. Ella lee mucho a la mañana, cuando yo duermo. Me hace unas carpetas, me ubica. Su opinión tiene peso específico.


Diario Perfil

0 coment�rios:

Publicar un comentario