El capítulo de la semana pasada había terminado con mal pronóstico: un disparo había dejado tendida en el piso de la intendencia a Libertad Perotti (Belén Blanco), la hija de ‘El gitano’ que compone Julio Chávez.
Los avances de lo que vendría mostraban la espera en el hospital. Y las promociones en pantalla durante la tarde de anteayer ya hablaban de “muerte”. Pero así y todo, difícil era imaginar el dolor y el desgarro que los que atravesó todo el capítulo de esta semana de El puntero (miércoles a las 23, por El Trece). Con la cámara puesta en el alma de ‘El gitano’ , el programa tocó anteanoche, sin dudas, su punto más alto de calidad. Con lo que se vio, con lo que la ausencia del golpe bajo no mostró y con una magistral clase de actuación de Chávez, que hizo pasar a su personaje por todos los estados.
Con Libertad aún entre la vida y la muerte, su padre apostaba a la fe. Y a la negación, ésa de la que se aferró para soportar la peor noticia, que recibió en plena madrugada. Sólo un par de lágrimas, un endurecimiento forzado para sostener a su entorno y para hacerse cargo de los trámites. Hasta ahí, ‘El gitano’ era más ese hombre que cree poder con todo, aún con la muerte de una hija, que un hombre partido por el dolor.
Con esa falsa fortaleza llegó al entierro, en el que se permitió organizar cómo sería la lápida, con qué fotos, con qué mármol.
Pero al día siguiente, en un gesto tan desesperado como conmovedor, buscó en esa tierra fresca la posibilidad de abrazar lo que la vida, o la muerte, le había quitado. Se quebró y transmitió lo que pocos personajes pueden. No es obra de ‘El gitano’, sino de Chávez, un maestro de actores que sabe de emociones.
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