En una entrevista exclusiva, la modelo argentina habló, junto a su hija Camila, sobre su relación con el actor de Hollywood
La historia de Lucila Polak (32) bien podría ser el guión de una película en que la protagonista decide dejar su ciudad natal para ir en busca de sus sueños y, en el momento más inesperado, tras enamorarse perdidamente de una celebridad internacional, su vida cambia para siempre.
Así fue como la argentina que comenzó como modelo a los 15 años de la mano de Pancho Dotto conoció en una reunión de amigos en Los Angeles al multipremiado Al Pacino (71), con quien comparte sus días desde hace más de cuatro años.
La hija de Federico Polak –ex vocero de Raúl Alfonsín– y mamá de Camila (14) –fruto de su matrimonio con el ex top model Máximo Morrone– sigue siendo la actriz principal de su propia historia. "Todo lo que conseguí en cuanto a agencias y representantes en Estados Unidos se dio muchísimo antes de conocer a Al", afirma.
–Lucila, ¿cómo es ser mamá de una adolescente en el siglo XXI?
–Es un gran desafío. La adolescencia es la etapa más difícil entre una madre y una hija. Creo que ahora tengo que estar mucho más atenta a lo emocional y a lo espiritual, porque son años decisivos para Camila. Por suerte, ella es una chica súper responsable y espero que todos los límites y las charlas que su papá y yo tenemos con ella –y que hoy le parecen lo peor del mundo– den sus frutos.
–¿Cuál es tu ideal de buena madre?
–Poder transmitirle a mi hija los valores necesarios que le permitan ponerse sus propios límites.
–En la adolescencia, por lo general, los padres se vuelven lo peor que puede pasarnos…
–Mi psicólogo siempre me dice: "Hacé de cuenta que vinieron unos alienígenas que le invadieron la cabeza y, hasta los 18 o 19 años, no se van a ir de ahí". Entonces, no me tomo nada como personal. Cuando sos adolescente no te soportás ni a vos mismo y ni siquiera sabés por qué. Siempre trato de comprenderla y entiendo que necesita su espacio y su privacidad.
–Camila, ¿cómo es Lucila en su rol de mamá?
–Tenemos una relación muy cercana, somos muy amigas, nos divertimos mucho, pero es muy clara cuando se pone en el papel de mamá. Rápidamente podemos cambiar el chip y pasar de ser mejores amigas a madre e hija.
–Y vos, Lucila, ¿de qué modo te ves como madre?
–Camila siempre me hizo todo muy fácil. Ella tiene una sabiduría que asombra, una manera de ver la vida mucho más sabia que la mía. Somos muy compinches, vamos muchísimo al cine, recorremos museos, le recomiendo libros, compartimos la ropa y hasta nos hacemos las manos juntas… Creo que la estoy guiando de la mejor manera posible.
–Camila, ¿a vos también te gustaría ser actriz?
–Sin dudas, creo que soy mejor actriz que modelo. También me fascina cantar y, por el momento, la idea de modelar es un juego, no lo veo como algo a lo que me gustaría dedicarme profesionalmente.
¿Cómo ves que ella esté siguiendo tus pasos?
Camila: Los mismos pasos, ¡no! Yo puedo cantar y ella no. [Se ríen a carcajadas.]
Lucila: No tengo dudas de que Cami es una versión mejorada de mí. Jamás se me ocurriría competir con mi hija, y lo que más quiero en la vida es que le vaya mucho mejor: que sea más feliz de lo que soy yo, que tenga más oportunidades y que logre todo lo que desea. Yo tuve que pagar mucho derecho de piso en Los Angeles por mis limitaciones, por no ser el inglés mi lengua madre, por haber empezado de grande y porque fui mamá a los 18. Entonces, si el camino recorrido por mí sirve para facilitarle las cosas, ¡bienvenido sea!
–Vos sí tuviste que sobrellevar la oposición de tus padres cuando dijiste que querías ser modelo.
–Creo que lo de mis papás era miedo y desconocimiento. Cuando mi mamá era adolescente, lo más transgresor era ser azafata; cuando yo tenía 15 años, la rebeldía pasaba por ser modelo. Mi abuelo y mi papá estudiaron Derecho y siempre estuvieron muy involucrados en política. Pensá que yo soy la primera hija, la primera nieta y la primera sobrina de la familia. Tuve que abrirme camino a machetazos… De hecho, empecé a estudiar Derecho, pero me divertía más hacer fotos.
UNA HISTORIA DE PELICULA
–¿Cómo es tu vida actual en Beverly Hills?
–Muy diferente a la que viví cuando era chica. A mí me costó mucho aceptar que le estaba dando a mi hija un modelo muy distinto al que tuve yo, más nómade. Mis padres estuvieron casados más de treinta años y, en la historia de toda mi familia, nunca había habido un divorcio hasta que ellos se separaron. Crecer y madurar tiene que ver con romper las fórmulas y los modelos con los que crecimos. A veces cuesta darse cuenta de que hay otras formas de familia y que son tan válidas como la tradicional de "papá y mamá unidos para siempre y con varios hijos".
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo? ¿Te molesta que te pregunten la edad?
–Depende del día. Para mí es muy relativo: de repente siento que el tiempo nunca pasó y de golpe me parece que viví ocho vidas y fui ocho personas distintas. Mi infancia, mi adolescencia, mi primer matrimonio, haber tenido a mi hija, vivir en el exterior, estar sola, mi relación actual con Al.
–Pero ¿te preocupa?
–Trato de estar lo menos pendiente del espejo, porque en una ciudad como Beverly Hills y en la industria del cine de Hollywood una mujer de 35 años es un dinosaurio y hay que descartarla. Si entrás en ese juego, se te quema la cabeza y tu vida empieza a depender de una rutina agotadora que incluye: lunes, hacerse las manos; martes, ir a la peluquería; miércoles, pestañas postizas; jueves, bótox… Obviamente, hago cosas para estar y verme bien, pero supe buscar la plenitud por otro lado. En realidad, lo que más me preocupa es ponerme demasiadas metas y sentirme frustrada si la vida no va para el lado que yo quiero. Pero de repente te preguntás: "¿La vida del ser más exitoso, más millonario o más feliz del mundo fue para el lado que él quería?".
–¿Cómo vivís ese exitismo del que habla tu mamá?
Camila: En Beverly Hills, la gente tiene valores extraños sobre lo que es importante y lo que no. Yo tengo amigas que sus papás tienen mucho dinero y trabajan todo el día y, para tapar esa ausencia, les dan plata y las llenan de cosas materiales. A mí me shockea ver eso. Es una realidad muy distinta a la mía. Yo suelo ver chicos de 16 años manejando autos que ni una persona que trabajó toda su vida podría tener.
Lucila: Cami tiene una gran conciencia de lo que cuestan conseguir las cosas y de lo difícil que es ganarse el dinero. Nosotras vivimos en un departamento divino, con dos dormitorios, mientras hay amigos nuestros que tienen una mansión con quince habitaciones, una sala de proyección, dos Bentley en el garaje y un avión privado, ¡y está todo bien! Estoy convencida de que Camila tiene una vida mucho más rica que cualquiera de ellos.
–¿Te molesta que muchas veces te llamen "la novia de…"?
Camila: Es que en realidad es "la novia de…", pero también es Lucila, una persona… Yo no lo veo a Al como una movie star porque lo conozco desde que tengo 7 años y para mí es sólo el novio de mi mamá. Si su pareja fuera Justin Bieber, ahí sí que me volvería loca de cholulismo. [Se ríe.]
Lucila: Cuando me fui de Argentina, mi papá era vocero de Raúl Alfonsín y después fue interventor de PAMI. En mi casa paterna se terminó de definir la alianza entre De la Rúa y Chacho Alvarez y, si me hubiera quedado en Buenos Aires, habría sido "la hija de" y eso me hubiera abierto muchas más puertas. En Estados Unidos, me hice absolutamente de abajo y sin conocer a nadie.
–Hace cuatro años y medio que estás en pareja con Al, pero siempre decís que durante dos años fueron muy amigos. ¿Creés en la amistad entre el hombre y la mujer?
–Me parece que muchas veces esa amistad es el camino para que finalmente termine pasando algo. Amigos con toques de histeria y seducción…
–¿Te gustaría casarte con Al?
–No sé… En este momento, tenemos una relación que nos funciona a la perfección, somos muy unidos, compartimos mucho, pero él tiene sus hijos y yo tengo a Camila. Nos apoyamos muchísimo, estamos súper implicados en la vida del otro, pero estamos bien así.
–¿Fantaseás con tener un hijo con él?
–A veces sí. Por momentos, digo: "¡Qué bueno sería tener otro hijo!", porque estoy en una etapa donde seguramente disfrutaría de la maternidad desde otro lugar, más relajado. Pero, por otro lado, pienso: "Empezar otra vez, dormir poco, los pañales, perder la libertad que tengo". Las argentinas somos muy madrazas y tal vez por eso todos los hombres se enamoran de nosotras. La realidad es que si tengo otro hijo, quiero criarlo y dedicarle el tiempo que necesita. No me importa cuántas nannies puedas tener, en los primeros tres o cuatro años de vida de un hijo, hay que estar. No es tener un hijo y dárselo a la niñera, como pasa mucho en Estados Unidos.
–¿Sos una mujer que vive el presente o te gusta proyectar?
–Soy ariana y súper obsesiva-compulsiva. Me gusta programar, planificar, controlar, pero aprendí y sigo aprendiendo –gracias a Al– que hay que dejar que las cosas fluyan… Si vos me hubieses dicho hace veinte años que iba a estar caminando por la Paramount Pictures, rodeada de fotos de Marilyn Monroe, o pisando la alfombra roja del Festival de Venecia, habría pensado que estabas loco. Nunca me imaginé tener una vida como ésta.
–¿Qué otras cosas aprendiste estando con Al?
–A ser mucho más paciente, a escuchar… Me parece que él era muy parecido a mí cuando tenía mi misma edad, entonces me comprende y sabe aconsejarme mejor que nadie. "Más tarde o más temprano, las piezas siempre se acomodan solas", suele decirme.
–¿Pesa la diferencia de edad?
–Yo encontré en él todo lo que estaba buscando en un hombre. Tenemos todo a nuestro favor, salvo el tiempo. Por eso disfrutamos tanto el día a día de nuestra relación. Tenemos una conexión especial. Al es un hombre súper activo, trabaja diez veces más que yo, está todo el día creando y tiene hijos más chicos que Camila. Eso lo pone en una edad emocional mucho menor a la suya y su rutina diaria tiene más que ver con la de un hombre de 40 que con la de uno de 80. Además, es tremendamente sexy y eso nadie puede discutírmelo, ¿no?
Hola Argentina
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