Nació unos meses después del asesinato de su padre por cuestiones políticas. Dudaban entre ponerle Gloria o Victoria. Dice que ella, en un sentido, hizo su propia revolución. Y que no le gusta perder ni a la bolita.
El suyo es uno de esos casos de los que van de testigo y terminan en el centro de la escena, literalmente. Porque, hace 26 años, cuando todavía soñaba con ser bailarina clásica, acompañó a un amigo a un casting en ATC, para el programa juvenil Chicos y chicas , y, cuando estaba a punto de dejarlo solo en la fila, un productor le preguntó si no se animaba a hacer la prueba. ¿Cómo termina el cuento? Ella quedó, el amigo no. “Por eso siempre digo que empecé a trabajar de esto por casualidad... Aunque no creo mucho en las casualidades. Y a partir de ahí no paré de laburar ”, cuenta Victoria Onetto, dueña de un nombre con intención en la vida. Y de no haberse llamado Victoria, dice que le hubieran puesto Gloria. O sea.
“En realidad, mi identidad está muy clara y vengo de una historia como muy heavy en cierto punto. Entonces era inevitable que, no sólo marcada por mi nombre, eligiera hacer mi propia revolución como actriz. Soy hija póstuma... A mi viejo lo mataron en el ‘71, junto a Diego Frondizi (sobrino de Arturo)”, suelta sobre la mesa de un coqueto bar de Barrio Norte, en un anochecer que invita al medio tono. La charla, en este instante, también invita al medio tono, pero ella no se acurruca en ese rincón del relato.
Hija de Manuel Belloni, quien fue militante de la juventud peronista, reconoce que “no soy nostálgica de mi pasado. Soy quien soy por esto, y te puedo contar la historia fríamente. Después, en mi terapia, resolveré qué dolores me produjo o no. Me parece que está bueno saber de dónde se viene. Y a partir de la aceptación se puede construir para adelante. Yo no niego en absoluto lo que pasó, ni lo que me contaron que pasó, y es por todo ese conocimiento y reconocimiento que puedo avanzar en la vida”. Tiene 40 años y una mirada sostenida que le permite recordar -o no olvidar, mejor dicho- y seguir con la charla que, cada tanto, vuelve a las raíces. A esos nombres que la marcaron, como el suyo.
“De chiquita no me gustaba nada llamarme Victoria -el apellido es el de su madre-, me parecía un nombre de vieja. No conocía a ninguna nena que se llamara así, pero con los años empecé a amigarme con eso y ahora me gusta mucho. Encima estoy haciendo El arco de triunfo (verLa obra ) y estamos tomando un café en este lugar que se llama...
Bonjour París . Todo en la misma línea, verás”, juega con el destino, aunque tal vez el destino se haya puesto serio con ella.
“Así como te cuento que la actuación, digamos, me encontró a mí, también confieso que vengo de una familia de artistas. De los Onetto, mi tía Elvira es actriz, mi abuelo Rafael era pintor y director de Bellas Artes, mi tío Juan es músico. Uno de sus hijos, Pedro, también es músico, tengo una prima en Lyon que es cantante de ópera... Siempre fui una niña muy estimulada. Iba a patín y a danza, y mi abuela materna me llevaba al Teatro Colón a ver ballet (su otra abuela era actriz) y recuerdo que me llevaba los prismáticos porque íbamos arriba de todo y lo único que me interesaba era verle las puntitas de los pies a las bailarinas”, repasa, justo antes de llegar a la anécdota del casting no buscado en ATC, cuando alguien la descubrió entre el montón.
¿A los 14 ya tenías un cuerpo que llamaba la atención? Era morrudita, más potente, porque jugaba al tenis... Pero sí, tenía un cuerpo que tal vez llamara la atención. No era consciente de esto, como tampoco lo soy ahora.
Luce un vestido corto que brilla y que insiste con recortar su silueta.
Bueno, te vestís sabiendo que hay un cuerpo bonito. No es que viniste con jogging y mocasines...
No, ni loca. Es que éste es mi estilo y yo soy así también adentro de casa. Quizás sin tanto taquito, pero me arreglo, le pongo onda, me gusta verme bien.
Cuenta que su hija, de 5 años, heredó de ella el gusto por la coquetería (“hoy, ¿podés creer?, me pidió que le pintara las uñas”) y de su padre -el músico Juan Blas Caballero- “el oído musical. Tiene cosas de nena rolinga ”, describe con gracia. Y confiesa que a partir de la maternidad ya no es la misma: “Antes era más brava, me peleaba en la calle si era necesario. Ahora estoy un poco más domesticada. Igual, soy una mina muy pasional”.
La definición la lleva a admitir que “no me gusta perder a nada, ni a la bolita. Me acuerdo que con mi abuela paterna jugábamos a la canasta y nos desesperábamos por ganar. Antes que perder, yo prefería hacer mula”.
Formada con Beatriz Mattar, Cristina Banegas, Agustín Alezzo, Alberto Ure y Augusto Fernandes, se sintió “seriamente actriz” cuando, a los 20, actuó en El Fausto . “Hasta ese momento, veía a otras actrices y decía ‘ Cómo me gustaría estar haciendo eso’ . Con El Fausto me pasó que eso era lo que quería. Como me pasa con la obra de ahora. A los 40 pirulos ya sé qué quiero”, asegura, ya lejos de aquella nena de la fila que fue sin saber adónde iba. Pero supo llegar.
Clarin
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