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Steven Spielberg, el señor de los caballos

"Joey tenía una clara sensación de lo que ocurría en cada escena.

Mientras rodábamos agregó cosas que ninguno de nosotros le había pedido con anterioridad. Esto llevó a que nos entregara una actuación que superó todas las expectativas que teníamos antes de empezar a hacer la película."
Steven Spielberg sabe de lo que habla cuando menciona a Joey, que pasó como cualquier actor por un riguroso y exigente casting antes de someterse a los rigores del exigente rodaje deCaballo de guerra , la película que llega a la Argentina el próximo jueves -presentada por Buena Vista- pocos días antes de poner en juego sus seis nominaciones al Oscar, una de ellas a la mejor película.
Joey no tiene apellido y sí, en cambio, cuatro patas. Es quien le da sentido al título -y a la idea plena- de la nueva producción del hiperactivo Spielberg. Un personaje, central y decisivo en su protagonismo dentro del relato, que en verdad es el resultado de la suma selecta de 14 magníficos caballos de tiro, elegidos por sus sobresalientes condiciones. El mismísimo Spielberg se encargó de detallarlas.
Esos 14 ejemplares unidos bajo un solo nombre -Joey es el narrador de los hechos descriptos en la novela de Michael Morpurgo que da título al film- constituyen el eje de una experiencia mucho más vasta. Porque hay nada menos que tres centenares de equinos desfilando en pantalla a lo largo de casi dos horas y media de metraje. Diría Spielberg que allí adquiere un sentido pleno, absoluto y literal el empleo del calificativo más utilizado para definir el comportamiento de un caballo: la nobleza.
El director sabe de lo que habla. Desde hace diez años tiene un establo en su propiedad con una docena de ejemplares. A lo largo de los años su hija recibió un adiestramiento especial y hoy, a los 14 años, es una destacada amazona juvenil que recorre Estados Unidos participando en certámenes de salto. "Yo montaba mucho, sobre todo en los años 80, pero tuve que dejarlo luego de sufrir una lesión en la espalda. Mi mujer sabe montar muy bien. Tal vez tenía una predisposición especial para hacer esta película", reconoció el director hace poco, en diálogo con medios españoles.

Un comienzo Azaroso

 

Es posible que la historia de Caballo de guerra estuviese esperando por años que Spielberg se interesara por ella, pero el origen del film tuvo que ver mucho más con el azar y con una combinación de factores aleatorios. Todo empezó cuando Spielberg y su estrecha colaboradora Kathleen Kennedy (trabaja a su lado como productora desde hace tres décadas) fueron juntos, en compañía de sus respectivas hijas adolescentes, a ver en Londres una representación teatral de la obra de Morpurgo. "Ninguno de los dos llegó allí con la idea de que algo de esa novela o de esa pieza teatral iban a convertirse algún día en una película. En un momento estuve pensando en esa posibilidad, pero Steven fue más lejos, inmediatamente se dio cuenta que había una película detrás y me pidió que averiguara el tema de los derechos", relató Kennedy al sitio deadline.com.
El resultado fue un rodaje de ribetes tan épicos como los hechos que narra el film. Algo más de dos meses de rodaje en pleno invierno británico, bajo rigurosas condiciones climáticas, para reproducir en los tramos centrales algunos cruentos avatares de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
En verdad, todo comienza antes del estallido de ese conflicto, cuando empieza a forjarse el vínculo entre Joey y el adolescente Albert Narracott (Jeremy Irvine), cuyos padres (Emily Watson y Peter Mullan) son arrendatarios de tierras duras y muy poco generosas en materia de frutos. Con el tiempo, el equino irá pasando de mano en mano y sometiéndose a los rigores de la guerra tanto como sus sucesivos propietarios (jóvenes soldados alemanes, un anciano granjero francés y su nieta).
En tiempos en que es posible crear por computadora multitudes virtuales, Spielberg contó con casi 6000 extras, cruciales para algunas escenas bélicas. Su oficio hizo que se extrajera el máximo provecho de un presupuesto muy ajustado (apenas 70 millones de dólares) para un proyecto de tal envergadura, concebido por Spielberg como el punto de partida de un díptico destinado al público familiar que muy poco después cerró con Las aventuras de Tintín.
Más allá de la cosecha de nominaciones al Oscar (película, fotografía, dirección de arte, música original, edición de sonido y mezcla de sonido), a Spielberg le quedó ante todo tras el rodaje la sensación de que los caballos rindieron a pleno. "Lo bueno de toda criatura viva -reflexionó el realizador poco después del rodaje- es el hecho de que tienen una manera propia de ver las cosas. Y en este caso lo más fuerte es el sentido de confianza mutua que logró establecerse entre los caballos y los humanos. No quiero comparar esta película con Tiburón, porque aquello fue como una pesadilla acuática. Aquí todo fue distinto."
En la búsqueda de ese objetivo tuvo mucho que ver un señor llamado Bobby Lovgren, que en la vida real cumple el mismo trabajo que el personaje encarnado por Robert Redford en El señor de los caballos. Un título que, después de esta película, también le cabe a Steven Spielberg.

La Nacion
 

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