Hot!

Alfredo Alcon "Hay días en que creo que puede haber algo más"

Una entrevista inusual con el gran actor, recuperado de una afección pulmonar que lo obligó a suspender funciones. Se sorprende con el cariño del público, planea un 2013 en el San Martín y una gira por España.


                         "Hay días en que creo que puede haber algo más"









Esperar a Alfredo Alcón en la puerta del teatro donde trabaja es una experiencia inolvidable. Cuando baja de un taxi, siempre se le acerca alguien (de todas las edades y sexos), es casi una reacción inmediata: buscar la cámara en un celular e inmortalizar ese recuerdo. Casi instantáneamente, sin previo aviso, la gente de la sala abre la puerta más cercana al actor y lo rescata, lo ampara en su mundo. Porque Alcón es tímido, inseguro y lo dirá en la nota. El afecto incondicional que lo envuelve forma parte de un misterio, como el poder infinito de su voz, que fue elegida como la mejor de la lengua hispanoamericana. Pero pocos conocen su humor, esa picardía que despliega en su pequeño camarín del Metropolitan un rato antes de salir a escena, para encarnar a este profesor de Filosofía de vida. 
—¿Te imaginabas esta respuesta del público?
—Realmente nunca tengo seguridad si le va a gustar o no a la gente lo que hacemos. Muchas veces pienso, por ejemplo con Muerte de un viajante, si los espectadores quieren escuchar algo tan cerca de su realidad. Tenemos esta obra, Filosofía de vida, que trajo Javier Daulte de México. Al público le gusta el texto casi más que a mí. Notamos que se engancha con la anécdota, y se da un silencio profundo cuando debe darse y risas también en el momento indicado. El espectáculo está muy vivo y estoy trabajando con compañeros a los que quiero mucho, como el caso de Rodolfo (Bebán) o Claudia (Lapacó) y los más jóvenes, Marco Antonio Caponi y Alexia Moyano. La sala es muy linda porque sentís a la gente cerca y sus reacciones llegan, hasta sus silencios, porque la piel te manda mensajes desde abajo.
— Junto con Norma Aleandro sos uno de los pocos actores que no necesitaste de la televisión para ser popular. ¿Sos consciente?
—No lo creo, cuando hice televisión me vino muy bien, porque refrescaba mi nombre a la gente, así fue con Vulnerables, Locas de amor, Por el nombre de Dios o Herederos de una venganza. No rechazo ofertas televisivas a cada rato, pero cuando hago teatro es muy difícil poder aceptarlas. Empiezan a grabar a las siete de la mañana y cuando estás sobre el escenario nunca te acostás temprano. Terminás la función a doscientos kilómetros y necesitás comer algo. Uno no toca un botón y se duerme enseguida. El cuerpo necesita volver a su equilibrio y se hace muy tarde… ¿Cómo levantarse para grabar tan temprano? Recuerdo una frase de Greta Garbo: “¿Y yo cuándo pongo mi cara?”. Es cierto, siempre vivimos poniendo las caras de otros. Por eso cuando se retiró confesó que se había “cansado de hacer caras”.
—Siempre asombra el cariño que te demuestra la gente.
—Es un regalo de los angelitos, no se puede comprar con nada, no tiene precio, ni razón: es un hecho. No es sólo afecto del público, también por parte de la crítica y el periodismo, siempre me han apoyado. No me atrevo a usar la palabra amistad, pero sí un cariño donde se notaba que querían que me salieran bien los trabajos. Un día, un actor español, asombrado por el cariño que nos tiene nuestro público, me dijo: “Vosotros sois mejores intérpretes de lo que sois porque vuestro público os mira con afecto”. Es verdad, si ves en la mirada del otro que te tiene fe, te ponés más lindo y crecés. Ese regalo lo tuve desde mis comienzos, como la fe que me tuvo Leopoldo Torre Nilsson para que hiciera la película Un guapo del 900. Si había alguien que no tenía nada que ver con eso, ése era yo. Fue su padre, Torres Ríos, quien me había visto en el teatro en Recordando con ira y le dijo que había algo en mis ojos, en mi mirada, que creí que podría encarnar ese personaje. Cambió mi idea de mí mismo no sólo ante mí, sino también ante el público. Estas distintas caras me las descubrió Torre Nilsson. También tuve un ángel como representante: Rodolfo Goycochea.
—¿Quién fue?
—Era hijo de la gran actriz Orfilia Rico. Cuando me llamaban, él me decía (lo imita): “Eso no es para usted. Si lo hace fuera de esta casa”. Era sumamente teatral y hasta tal punto me cuidaba que durante tres años me mantuvo, iba a su departamento y me contaba anécdotas de la familia Podestá. Me explicaba que no debía hacer todo lo que me daban, porque si no me iba a gastar. Después le pude devolver todo el dinero, pero siempre tuve muy presente su manera de analizar las propuestas que me llegaban. 
—¿No pasa por la ambición económica lo de aceptar trabajos? 
—A mí me gusta vivir bien, pero no critico al que quiere tener un auto o un campo. Para mí es natural vivir así, en el mismo departamento desde hace muchos años. Si quisiera comprarme un coche caro… (Silencio) ¡No sé cómo haría! (Se ríe).
—¿Nunca manejaste?
—Sí, tuve un coche muy importante, aunque no voy a decir la marca para evitarle la publicidad, pero me molestaba. Un día, cuando me fui a España se incendió el taller donde lo había dejado y se destruyó. Me dio pena porque el automóvil era bueno, él sabía que yo era tonto y que no sabía nada de mecánica, entonces cuando se iba a descomponer lo hacía frente a un taller, como también se pinchaba una goma siempre frente a una gomería. Creo que las cosas –los objetos– tienen una relación con uno, no son tan inanimados como decimos. Hoy leí que los metales de los subtes se cansan y lo creo. 
—Hace muy poco te dieron un nuevo premio, el Atahualpa. ¿Qué significan? ¿Te falta ganar alguno?
—Es como la primera vez, no te acordás de los otros que recibiste. Como cuando hacés una obra no pensás en la anterior. Agradezco todos los premios, porque me hacen mucho bien, no soy seguro, necesito de la mirada del otro para alimentarme y crecer. Me ayudan a fortalecer la autoestima. Pero más allá de los premios y los personajes que hice, estoy orgulloso del afecto que me tiene la gente, no sólo el público, sino también mis compañeros de trabajo. ¿Cómo se paga el afecto? Todos me tratan bien.
—¿Alguna vez hubo alguien que te trató mal?
—¡Sí (se ríe pícaramente) pero no te lo voy a decir! A veces, hay maneras sutiles de tratarte mal, no hace falta que te peguen. Son palabras que pueden lastimarte y uno piensa ¿por qué me lo dijo? Y hay otros (que no quiero nombrar) que hacen daño. Así como de una foto alguien dice “qué buena persona” y otro dice “qué mala”, siempre y en todo sucede así. Hay personas a las que uno le cae mal y cuando te esforzás por ser educado te dicen falluto. Si sos bueno: estás mintiendo. Hay que dejar que fluyan. Las relaciones humanas son delicadas y difíciles.
—¿Por qué no aceptaste dirigir el año que viene ‘Escenas de la vida conyugal’ junto a Norma Aleandro?
—Porque ya tengo otros dos proyectos teatrales para el año que viene. En el San Martín dirigiré y actuaré en Final de partida de Samuel Beckett con Joaquín Furriel, Graciela Araujo y Roberto Castro. Es una obra que no hay que dirigirla, se dirige sola. Tiene una construcción perfecta, es profunda, pero liviana al mismo tiempo. No pone trabas intelectualoides. 
—Beckett en ‘Esperando a Godot’ descubre una mirada cuestionadora sobre la religión…
—Sí, Beckett ironiza sobre los Evangelios. Hay frases de la Biblia muy fuertes, casi revolucionarias como aquella de Jesús, cuando dice que “es más fácil que entre un camello por el agujero de una aguja que un rico en el reino de los cielos”. Hay que tragársela. No lo dijo un político, sino un hombre que debe haber sido muy humano, como cuando tiró la mercadería y echó a los fariseos del mercado. Debe haber sido un hombre muy molesto. Este salvador de la humanidad nació en un establo, también es una parábola muy fuerte. No sé si nació del Espíritu Santo, eso es fe, pero el hecho concreto de la pobreza debe ser cierto. 
—¿Sos un hombre de fe?
—Hay días en que creo que debe haber algo más, pero hay otros en que pasan hechos horribles y me lo cuestiono. Por eso admiro a la gente con fe, ellos encuentran respuestas. La fe es como nunca estar a la intemperie: es tener siempre consuelo. Los que dudamos, no lo tenemos. Aunque tengo algo muy especial con la Virgen de Salta. Cuando estuve allí, no le pedí nada, pero me curé de algo que estaba sufriendo. Después me contaron que era muy milagrosa. Por eso, cuando puedo voy a la catedral, la visito y la saludo. 
—Volviendo a tus próximos trabajos…
—Imagino que los ensayos de Final de partida serán a partir de noviembre. Después tengo otro proyecto para el año 2013 y 2014, con Nuria Espert para hacer una gira por España, Francia, Italia, Inglaterra y Rusia. Ya hice este tipo de giras, son temporadas de un mes en cada una de estas capitales. La dirección será de Gerardo Vera (el mismo que me dirigió en Rey Lear). La obra la están escribiendo y se titulará Los asesinos del sueño. Seremos como los protagonistas de Macbeth que no pueden morir y siguen matando. ¿Viste que la gente que destrozó la economía mundial es muy mayor? Uno piensa: ¿para qué quieren tanta plata? Estos personajes no pueden ni dormir, ni morir, repiten las acciones de robar y hacer negocios sucios, explotar a los pobres… lo que hace el poder cuando está en malas manos. 
—¿Qué extrañás de Argentina cuando te vas de viaje?
—Me extraño a mí mismo. Cuando voy por una calle de Buenos Aires recuerdo quién vivió ahí y qué pasó. Mientras que cuando voy por alguna de esas bellísimas ciudades (París, Madrid o Roma) son paisajes, como pintados, no me pasó nada, no hay nada de mi vida. Amo ir a España, sobre todo por el afecto de mis colegas, a los que les voy a sacar trabajo. Ellos dicen: “Tú quédate aquí” (imita el acento castizo). Ahí nunca me sentí extranjero, pero en las aduanas sí, pero no son personas, son aduaneros… El terrorismo hizo que vivamos en estado de vigilia, con cámaras por todos lados. Creo que con el tiempo, la intimidad será una palabra del pasado.
—¿Qué te hubiera gustado hacer?
—Creo que algunas obras me gustaría volver a hacerlas. Fui actor porque de niño me llevaron a ver a Carmen Amaya. Recuerdo que estábamos en un palco y en el escenario había un demonio, ella era lo oscuro, la pasión de lo andaluz y del alma gitana. Miré a la platea y todos estaban con cara de pánico, como asustados frente a una revelación. Pensé “qué bárbaro debe ser producir este efecto, casi de milagro”. También dicen que un día les pedí a mis padres que me bajaran la luna. Quería algo que no fuera lo cotidiano, buscaba lo luminoso. Veía de pequeño que mis padres se arreglaban cuando íbamos al teatro. Pensaba en aquellos tiempos que nada se repetía y que le sucedía lo mismo a los que estaban sobre el escenario: actuar era una fiesta. Lo es, pero nadie se atreve a confesar que siempre se tiene miedo antes de cada función. Si tenés un mínimo de imaginación humana cómo no vas a tener miedo de enfrentarte con un texto y un público. Actuar es un acto de humillación, uno sabe que nunca estará al nivel de lo que escribió Shakespeare, pero en la lucha por alcanzar esas alturas, uno crece. Como en la vida, no podés salir canchero, hay que levantarse y vivir cada minuto, lo mejor posible.





diario Perfil

0 coment�rios:

Publicar un comentario