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Miguel Angel Solá: “Soy medio sentimentalote”

Esta semana volvió a la Argentina, tras 13 años en España. Separado de la actriz Blanca Oteyza, viajó con un proyecto de teatro y dos de televisión, y un hotel como vivienda.

                      




 En su primera entrevista por su regreso, habla de todo. Y evoca y extraña. Retrato de un grande.
Los autos los evitan, pero, a él, los adoquines le sientan bien. Le enmarcan la vuelta, le activan los recuerdos, lo ablandan. Y él, de cuclillas en una callecita de San Telmo, los acaricia, como haciéndole un guiño a algún rincón de su pasado. Se fue de la Argentina hace 13 años, por amenazas que recibieron él y su familia. Pero cuando su cabeza viaja en el tiempo y hace una escala en su infancia, el rostro de Miguel Angel Solá se ilumina de nostalgia. Y se enciende la memoria: “De muy nene vivía en un departamento de tres ambientes que mi padre alquilaba en Arenales 1749, sexto B, cuyo teléfono era 42-8908. Y mi otra casa quedaba en Gutiérrez 2683 y el número era 83-8749. Jamás me voy a olvidar de esas cosas. No es bueno olvidar”.
Lleva 24 horas en su tierra natal -aterrizó en Ezeiza el martes a las 8, proveniente de Madrid, su nueva tierra elegida- y en su primera entrevista a cuento de su vuelta al país, comparte con Clarín sus impresiones iniciales. “En el aeropuerto, después de un viaje larguísimo (ver El vuelo… ) me esperaban dos amigos, Manuel González Gil -tal vez su director fetiche- y Martín Bianchedi (compositor musical), que me llevaron a desayunar a Palermo Viejo… Cómo ha cambiado ese barrio, por Dios. Más tarde fui con mi representante y los productores de una de las series que haré aquí (ver Entre el teatro y la televisión ) a una parrillita y después me instalé en el hotel, que es una joyita arquitectónica”.
Al día siguiente del regreso, entonces, muestra el confort de su habitación de un llamado‘hotel boutique’ de Chile al 400, una construcción de 1867 con historia y sin fatiga de materiales. “Me traje casi todo, pero tengo que salir a comprarme un mate, yerba y unos cuantos calzoncillos, porque me descuidé al armar la maleta”, confiesa con la certeza de quien entrega un dato de color, sin por eso ventilar su intimidad.
Es que Solá, más allá de ser un actor inmenso, es un entrevistado que sabe generar climas, sabe contar, sabe hacerse escuchar y sabe. Tanto, que, a diferencia de otros actores o personajes inventados que creen que hablar de ciertos temas es faltarles el respeto, solito él reconoce que “por todo lo que me pasó, entre accidentes y operaciones, estoy tratando de vivir el hoy. Lo que pasa es que además, después de los problemas de salud, llegó la separación y pensé que ya se me acababa todo. Yo seguía enamorado de ella y me sentía débil”.
Una ronda de café en el lobby del hotel, sin testigos pero con suave música instrumental de fondo, lo lleva por ese camino del relato que lo humaniza sin eufemismos. Habla de Blanca Oteyza, la actriz española con la que tiene dos hijas, y dice de ella que “se desenamoró de mí y se enamoró de otra persona. Esto sucedió mientras la dirigía (en la obra Antes te gustaba la lluvia ), en mi debut como director y me fui de la casa, pero me mudé cerca, por las niñas. Ellas me cuidan mucho. María tiene 15, es más alta que yo, una mina muy guapa. Y la otra, Cayetana, tiene 11 y viene fuerte. Es parecida a mí: yo soy medio sentimentalote”.
Acaba de comer una porción de fugazzeta y una de fainá en una tradicional pizzería de San Telmo y “descubro que hay sabores que tampoco se olvidan. Igual, yo vuelvo a Buenos Aires y empiezo a extrañar a Buenos Aires, porque me vienen las imágenes de lo que era. Recuerdo haber crecido pensando y sintiendo que el estudio y el trabajo dignifican al ser humano. Es raro que no se pueda detener la inequidad social que hay”. Comparte que se fue del país en el ‘99, “con una nena de dos años y teniendo que empezar de cero en otro lugar a los 50 años, sin que me conociera ni mi abuela, porque había hecho Tango -de Carlos Saura-, que habrán visto diez personas. Y aposté estar allá y pelearla, pero jamás olvidé esto. A mí la Argentina me queda en todas las geografías. Estos paisajes y la gente no tienen reemplazo en ningún lado. Allá, por ejemplo, la comunicación es muy diferente. Esto que estamos haciendo nosotros aquí, charlando en medio tono, mirándonos a los ojos, en España no existe: mucha gente de pie en los bares, la música a todo lo que da, los tragaperras (las maquinitas) al mango... Pero, bueno, son costumbres, y supe adaptarme, porque allí he tenido mucho trabajo. Y lo agradeceré siempre”.
Solá y Oteyza protagonizaron uno de los mayores éxitos de España, con El diario de Adán y Eva . “Y la noche anterior a que estrenáramos Por el placer de volver a verla , en la que se auguraba un éxito similar, tuve el síncope y hubo que correr todo dos meses”, introduce Solá en el apartado ‘salud’ , uno de sus tópicos, a su pesar. “Tuve seis años difíciles. Primero el grave accidente en el mar, que me dejó una lesión medular. Y lo último, un terrible dolor en el hombro que después de un año descubrieron que se debía a dos tendones cortados, el supraespinoso y el subescapular”, explica con un conocimiento de causa que lo ha vuelto un especialista en temas médicos.
“A cuento del síncope que tuve en medio de eso, tengo un consejo para los lectores deClarín , varones, mayores de 50 años: cuando se levantan a orinar de noche hay que hacer pis sentados, como las mujeres. Y si tienen un mareo, se acuestan boca arriba en el suelo hasta que pase. Me dijo mi médico que a partir de esa edad las glándulas hacen un esfuerzo terrible y pueden descompensarte. A mí me pasó a las 3 de la mañana y tuve la mala suerte de encontrarme con el terrario de tortugas de las nenas, que es de cristal y acero y me hundió el pómulo, me partí la cara”.
A los 62 años, casi sin huellas de ese accidente y aprovechando las repercusiones que tuvo la serie española Bruno Sierra, el rostro de la ley (Canal 7), Solá apostó por la vuelta: estrenará la obra Como por un tubo y filmará dos series. Habla de ATC y deCanal 11 , sabe que tiene que aggiornarse , pregunta por colegas que ya no están y por algunos que han cambiado demasiado. Vive en un hotel, pero no quiere sentirse un turista.
Su memoria, en todo sentido, no se lo permitiría.
 

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