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Javier Daulte "Mi gran tesoro son los actores"

Ganó el premio ACE de Oro y tiene obras en cartel en todos los circuitos del teatro porteño. Además, escribe Tiempos compulsivos, el nuevo unitario de Pol-Ka.

                          "Mi gran tesoro son los actores"




 Asegura que a los productores no hay que hacerles caso pero sí escucharlos.

Seis obras que dirige están en cartel: El hijo de p*#@ del sombrero en el Paseo La Plaza, Qué será de ti en el Maipo, Filosofía de vida y Mineros en el Metropolitan, Lluvia constante –que está de gira– y 4D óptico en El Cubo. Mientras tanto, ensaya Macbeth para estrenar en el San Martín y sigue escribiendo capítulos de Tiempos compulsivos, el unitario de Pol-Ka que estrenó en agosto en El Trece.
“Si estás nominado, los querés ganar”, dice Javier Daulte mientras toma mate en su casa con pisos de madera que le recuerdan su infancia. El martes pasado ganó el ACE de Oro y cosechó otros dos: por la dirección de comedia dramática con Filosofía de vida y la de drama con Lluvia constante. También estaba nominado a mejor obra argentina por 4 D óptico, premio que se llevó Mauricio Kartun.
El director y dramaturgo, que escribió sus primeras obras en los 80 y tuvo su primer éxito con Criminal, en 1996, dice ser de una época en la que “nadie podía escribir una línea sin haber leído las siete obras fundamentales de Shakespeare”. Ahora, recuerda que leyó por primera vez a Shakespeare con su hermana en la terraza de la casa de sus padres: “Era Otelo. No podíamos creer lo que leíamos, las historias están buenísimas”.
Daulte fundó, junto con otros dramaturgos como Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian, el grupo Caraja-Ji en los 90, y ya hace años desembarcó en el teatro comercial: “Para trabajar en la calle Corrientes hay que perder los gestos adolescentes, porque salen muy caros”, dice.
Ha dirigido a la mayoría de los grandes actores argentinos contemporáneos. Cuenta que Baraka, que estrenó en 2008, le interesaba por la presencia de Darío Grandinetti, Jorge Marrale, Juan Leyrado y Hugo Arana y no por la obra, y que Alfredo Alcón –a quien dirige en Filosofía de vida– todavía se pone muy nervioso cuando va a actuar.
—¿Este es un año diferente?
—Es como un sueño hecho realidad estar haciendo tele, tener una obra en la franja alternativa, más las de la calle Corrientes, y un clásico de Shakespeare en el San Martín. ¿Qué más puedo querer? Pero trato de no mirarme al espejo. El peligro más grande es creérsela. Yo no me la creo ni de casualidad, será un problema de inseguridad espantosa que tengo. Lo que sí me da más orgullo es la relación que tengo con los actores. Es mi gran tesoro en esta profesión.
—¿Qué lugar ocupan los premios en tu carrera?
—La primera vez que estuve nominado a un ACE fue con Criminal, y me acuerdo que María Herminia Avellaneda me dijo: “Los premios no tienen ninguna importancia pero ganarlos es muy simpático”, y tiene razón. Hay que ganar uno y perder otro para saber cómo se viven las dos cosas. Si estás nominado lo querés ganar, pero lo importante es seguir trabajando.
—¿Cuando estabas en el Payró con “Criminal” te imaginabas todo esto?
—No, pero mi analista dice que yo ya lo deseaba. Quería el reconocimiento, que eso que hacés tenga un valor en sí mismo y no porque lo hiciste vos. Pero estaba convencido de que no lo iba a lograr nunca. Pasó mucho tiempo hasta que algo se empezara a concretar.
—¿Sos ambicioso?
—Haciendo Macbeth pienso mucho en eso. Creo que la ambición es buena, y me gustan los proyectos ambiciosos, pero no pretenciosos.
—¿Qué se pierde en el camino entre el teatro “off” y la calle Corrientes?
—Yo creo que hay que perder algunos gestos adolescentes para pasar de un circuito al otro. Hay mucha gente que trabaja con rigor en el off, pero también se le permiten algunas cosas por ser el teatro alternativo. Para muchos, el off fue el momento de hacer de niño terrible, pero eso en la calle Corrientes sale más caro. Lo alternativo es auténticamente alternativo cuando es una elección.
—¿Cómo te llevás con Pablo Kompel y Adrián Suar?
—Muy bien, Pablo es un gran interlocutor, muy inteligente. Y con Suar tenemos mucha confianza y respeto. Nos escuchamos y él sabe mucho. A los productores no hay que hacerles caso pero hay que escucharlos. Por ahí lo que te piden está mal, pero detectaron un problema. Hay que interpretarlo, traducirlo y usarlo.
—¿Muchos actores que dirigiste ahora son tus amigos?
—En el teatro todos armamos familias artificiales, y creemos que toda la vida vamos a pasar Navidad y Año Nuevo juntos, y después no pasa. Pero es necesario ese amor artificial. Después de eso, queda el afecto y a veces amistades, como María Onetto, Héctor Díaz, Darío Grandinetti, Jorge Marrale, Juan Leyrado, Hugo Arana, Mirtha Busnelli.
—¿Qué diferencia hay entre hacer “Mineros” y “Macbeth”?
—Yo le dediqué más trabajo a Macbeth, porque nunca hice Shakespeare. Si querés salir con Julia Roberts, algo te tenés que poner. Un día Alberto Ajaka, que actúa en Macbeth, me dijo: “Antes que nada es una obra de teatro, luego es Macbeth, y luego es Shakespeare”. Hay que respetarlo pero interrogarlo. Porque el 97% de la gente que va a ver la obra no la conoce y probablemente muchos de los actores que la van a hacer no la habían leído antes.
—¿Cómo ves el teatro oficial porteño?
—Me gustan las direcciones de Rubens W. Correa en el Cervantes y Alberto Ligaluppi en el San Martín, pero creo que el San Martín debería estar mejor con los presupuestos. Me parece que se han producido pocas obras este año.
—Dijiste que la infancia es la materia prima de una obra, ¿cómo fue tu infancia?
—Siempre digo que mi familia era como la de Mafalda, pero la infancia no necesita tener nada extraño para ser absolutamente impactante para el ser humano. El olor de un piso de madera, una escena familiar son las experiencias fundantes, allí está todo.
—¿Cómo te llevás con tu hijo, Agustín?
—Tenemos un vínculo bárbaro, yo soy demasiado permisivo. Agustín es muy inteligente y muy sensible, y a veces lo sobreestimo.

El secreto: respeto y confianza
“Me he hecho la fama de que trato bien a los actores y de que la pasan bien ensayando, entonces vienen con buena predisposición”, dice Daulte, y asegura que no tuvo problemas ni con los actores que tienen mala fama. El secreto, según él, es el respeto y la confianza: “Como director, podés hacer que todos los actores se peleen entre sí en un segundo, pero mi ideología está en cómo trabajo con la gente. Yo doy el primer paso confiando en ellos y respetándolos”.
De Alfredo Alcón, a quien dirige en Filosofía de vida, dice: “Tiene algo que no he visto mucho: el misterio del actor. Ni él sabe bien qué es lo que hace, pero su trabajo es una cuestión de partitura muy ajustada, una sumatoria de cosas pequeñas que termina en algo con mucho brillo”.
En El hijo de p*#@ del sombrero, Daulte trabajó con Pablo Echarri y Florencia Peña. “Echarri es un caballero, es como un chico bien educado –dice–. Tiene esa cosa de barrio, es muy consciente de quién es, del lugar que ocupa. Mejor no le puede ir, pero es tan buen tipo que sólo querés que le vaya bien.”. Florencia Peña es, para Daulte, una gran actriz. “Es un sol. Está loca. Yo quiero que haga más teatro”, cuenta el autor.

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