Hace siete años llegó desde su Mendoza natal –lugar donde estudiaba profesorado de Educación Física– con el firme deseo de convertirse en actor y así lo hizo.
Hoy vive en Palermo con su novia, hace teatro y forma parte de la exitosa tira Graduados, donde se luce como un seductor empedernido, algo infantil e inescrupuloso.
Como Augusto, el hermano menor de Pablo (Luciano Cáceres), Marco Antonio Caponi es uno de los egresados de Graduados y quizá el más aclamado por las mujeres por amplia mayoría. De hecho, una encuesta lo postuló hace poco como el más lindo de la novela, seguido de cerca por Daniel Hendler. Pero como era de esperar, no se hace cargo de los halagos. Y la verdad es que aunque una no puede evitar lanzarle: “¡Estás loco, sos uno de los hombres más lindos del país!”, él soltará convencido: “Uno se mira en el espejo y se empieza a armar un personaje para salir a la calle y sentirse lindo, pero en el fondo todos somos inseguros”. Admitido o no, a este chico de veintinueve años –vividos en su mayoría en Mendoza, provincia donde nació– que se abre paso en la actuación tratando de no quedar estigmatizado como un baby face, le sobran atributos para estar en el podio. Y, para pena de muchas, el muchacho se encuentra fuera del mercado de los “solteros argentos más codiciados” ya que hace cinco años sale con Carolina Barbosa y hace tres comparte departamento con ella en Palermo. Ella es una actriz que sigue su propio camino, por ahora dentro del off y escribiendo obras. “Por suerte tengo al lado a una persona súper inteligente que piensa por sí misma y que está contenta con lo que hace. Ella sabe que lo que me pasa a mí, me pasa a mí y no competimos. Cada uno sigue su camino y, además, el trabajo y la felicidad del actor no sólo tienen que ver con hacer tele, hay mil formas de realizarse”, comparte y enumera entre las rutinas que lo unen a “su chica” las mañanas de meditación y el yoga a domicilio. A pesar de que el tiempo libre escasea, diariamente y durante casi dos horas se unen al son del ommm. “Meditar me hace muy bien y me cambia la manera de encarar el día. El desafío más grande es no dormirme. Estoy ahí, tratando de concentrarme, con todo lo que tengo en la cabeza... A veces, cuando no puedo dedicarle tanto tiempo, trato de parar en medio de lo que esté haciendo, hago algún ejercicio de respiración de diez minutos y sigo”, cuenta y enseguida despeja dudas obvias, porque no nos engañemos: los pectorales de Marco no se logran (ni se mantienen) meditando. Desde hace cinco meses, tres veces por semana, hace cross fit. Y si bien bajó siete u ocho kilos desde que empezó a entrenar y asegura que se puede “desbandar” rápidamente con el peso, toda su vida hizo deportes. “Lo hago porque me obliga a estar con toda la energía en el aquí y ahora, me sirve para dejar de pensar y me ayuda a superar mis propios límites”, cuenta Marco, que hasta diciembre estará ocupado con las grabaciones del programa de Telefe y hasta fines de noviembre seguirá con la obra de teatro Filosofía de vida, en la que pisa las mismas tablas que actores de la talla de Rodolfo Bebán, Claudia Lapacó y Alfredo Alcón.
Hoy vive en Palermo con su novia, hace teatro y forma parte de la exitosa tira Graduados, donde se luce como un seductor empedernido, algo infantil e inescrupuloso.
Como Augusto, el hermano menor de Pablo (Luciano Cáceres), Marco Antonio Caponi es uno de los egresados de Graduados y quizá el más aclamado por las mujeres por amplia mayoría. De hecho, una encuesta lo postuló hace poco como el más lindo de la novela, seguido de cerca por Daniel Hendler. Pero como era de esperar, no se hace cargo de los halagos. Y la verdad es que aunque una no puede evitar lanzarle: “¡Estás loco, sos uno de los hombres más lindos del país!”, él soltará convencido: “Uno se mira en el espejo y se empieza a armar un personaje para salir a la calle y sentirse lindo, pero en el fondo todos somos inseguros”. Admitido o no, a este chico de veintinueve años –vividos en su mayoría en Mendoza, provincia donde nació– que se abre paso en la actuación tratando de no quedar estigmatizado como un baby face, le sobran atributos para estar en el podio. Y, para pena de muchas, el muchacho se encuentra fuera del mercado de los “solteros argentos más codiciados” ya que hace cinco años sale con Carolina Barbosa y hace tres comparte departamento con ella en Palermo. Ella es una actriz que sigue su propio camino, por ahora dentro del off y escribiendo obras. “Por suerte tengo al lado a una persona súper inteligente que piensa por sí misma y que está contenta con lo que hace. Ella sabe que lo que me pasa a mí, me pasa a mí y no competimos. Cada uno sigue su camino y, además, el trabajo y la felicidad del actor no sólo tienen que ver con hacer tele, hay mil formas de realizarse”, comparte y enumera entre las rutinas que lo unen a “su chica” las mañanas de meditación y el yoga a domicilio. A pesar de que el tiempo libre escasea, diariamente y durante casi dos horas se unen al son del ommm. “Meditar me hace muy bien y me cambia la manera de encarar el día. El desafío más grande es no dormirme. Estoy ahí, tratando de concentrarme, con todo lo que tengo en la cabeza... A veces, cuando no puedo dedicarle tanto tiempo, trato de parar en medio de lo que esté haciendo, hago algún ejercicio de respiración de diez minutos y sigo”, cuenta y enseguida despeja dudas obvias, porque no nos engañemos: los pectorales de Marco no se logran (ni se mantienen) meditando. Desde hace cinco meses, tres veces por semana, hace cross fit. Y si bien bajó siete u ocho kilos desde que empezó a entrenar y asegura que se puede “desbandar” rápidamente con el peso, toda su vida hizo deportes. “Lo hago porque me obliga a estar con toda la energía en el aquí y ahora, me sirve para dejar de pensar y me ayuda a superar mis propios límites”, cuenta Marco, que hasta diciembre estará ocupado con las grabaciones del programa de Telefe y hasta fines de noviembre seguirá con la obra de teatro Filosofía de vida, en la que pisa las mismas tablas que actores de la talla de Rodolfo Bebán, Claudia Lapacó y Alfredo Alcón.
DIARIO DE UN OPTIMISTA. “Vas a ver… yo voy a estar en la tele. Vos reíte, pero vas a ver…”, le dijo un día con apenas diecinueve años a su tío mientras miraban televisión, después de la siesta rigurosa en la casa de sus padres en Maipú, la ciudad de poco más de diez mil habitantes en la que pasó gran parte de su adolescencia (aunque nació en Godoy Cruz) como el hijo menor –de cinco hermanos– de una pareja de clase media, ella ama de casa y él viajante. Por aquella época cursaba el segundo año de la carrera de Educación Física, pero sentía que su verdadera vocación estaba en la actuación. “Fue muy loca la manera en la que se me despertó el deseo de actuar y al mismo tiempo tenía una convicción muy fuerte de que lo mío iba por acá”, recuerda ahora, cuando pasaron casi siete años de su llegada a Buenos Aires. Primero se instaló en una pensión de Balvanera (en Pueyrredón y Paso) y después se mudó a un departamento en Palermo. “Tenía poca plata porque me vine algo peleado con mi familia y no quería pedirles dinero. Mis viejos tenían mucho prejuicio sobre esta profesión. Después obviamente lo aceptaron y ahora están súper contentos, pero al principio fue difícil. Ojo que vivir en una pensión no era para nada deprimente, a mí me encantaba, la pasaba súper bien me atraía la cuestión comunitaria”. Recién llegado, trabajó en un video club y “aprovechaba para ver películas”, repartió volantes en un teatro y, por supuesto, estudió: con Esteban Mellino y con Horacio Acosta. La gran oportunidad le llegó después de protagonizar algunas publicidades. Hizo un bolo en Son de Fierro y pasó por Valientes. En 2010, fue Renzo en Alguien que me quiera y al año siguiente se sumó a Herederos de una venganza. (...)
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