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Destinos cruzados.El don de la palabra

La obra de Andrew Bovell, con dirección de Alejandro Tantanián, es un desafío para actores como Andrea Politti y Gonzalo Heredia.

               Formando parejas en crisis total Politti, Heredia, Castiglione y Arengo.




Destinos cruzados. O bien, nueve personajes que intentan hallar su propio camino, en medio de acercamientos y desencuentros. Un abanico de sentimientos dispares que se entrelazan y se separan de un modo escurridizo. Así podrían describirse las facetas de El don de la palabra, la obra que el australiano Andrew Bovell escribió en 1996 y que acaba de constituirse en el primer trabajo suyo que se estrena en la Argentina.
De entrada, Sonia y Pedro, León y Juana, encaran una escena clave, de estructura coral, en la que de manera simultánea dicen las mismas frases y manifiestan idénticas vivencias, revelando un entramado en el que conviven el deseo y el sexo, impregnados de infidelidad. Son hombres y mujeres casados que dejan en descubierto sus insatisfacciones y buscan otras compensaciones.
Después, aunque sin abandonar esa línea de reflejar estados de ánimo que se enciman, cada cual define de a poco su perfil con trazos que los pintan en forma más individual. La posterior aparición de Valeria, Nicolás, Juan, Rita y Nelson le agregan significativos condimentos a la historia, completando situaciones que habían dejado hilos sueltos y cerrando a la vez ciertos interrogantes, en un encuadre temporal que va y que viene, sin orden, del pasado al presente.
Fiel al estilo que le impuso a esta narración, Bovell arma con destreza un relato que es necesario seguir con absoluta atención, para no perderse en sus laberintos, pero que igualmente resulta claro en sus alcances y propósitos últimos. El contenido apunta, en definitiva, a indagar sobre el desgaste, las mentiras, la deslealtad, en los que se sumergen determinadas parejas, sin descuidar pinceladas de humor zumbón y algunos atisbos de corte policial. El desenlace es abierto y reflexivo.
Tras una década de ausencia teatral, Andrea Politti volvió a exhibir su recordada calidad de actriz, animando a Sonia y Valeria con expresivos matices; mientras Gonzalo Heredia cubre a Pedro, Nicolás y Juan dejando de lado su imagen de galán televisivo, imponiendo sólidos recursos interpretativos, como ocurrió en 2012 con El montaplatos. Dueña de un desenfado y un aire transgresor, que es su marca en el orillo, Sofía Castiglione maneja a Juana y Rita con frescura y solvencia, en tanto Guillermo Arengo es un León y Nelson que transmite convicción y ductilidad. Pese a que los integrantes del elenco asumieron más de un papel, todos fueron plasmados con los distintos rasgos requeridos.
De talentosa trayectoria en los escenarios, ligado durante años al valioso grupo El Periférico de Objetos, Alejandro Tantanián construyó una puesta dinámica, con climas que se ajustan a los cambiantes tramos de El don de la palabra, calibrando con eficacia los momentos intimistas y aquellos en que a través de frases contundentes se caen las máscaras de la hipocresía, la incertidumbre, el desencanto. Sin precipitarse en la acidez, el texto elude siempre tonos complacientes.

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