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Juana Viale ‘Me da miedo decir que estoy bien y que la gente me augure lo peor’

Detesta que hablen de su vida. Pero reconoce que ha dado motivos para que comenten. Superados los malos ratos personales, Juana Viale y Gonzalo Valenzuela volverán a radicarse en Chile junto a sus hijos y sus tres perros.







 Flaquísima y más linda de lo que se ve en pantalla, Juana Viale está sentada sobre una silla estilo normando y cambia de postura después de cada flash. Se levantó a las cinco de la mañana para amamantar a Alí, su guagua de nueve meses, después llevó a sus hijos mayores al colegio y fue a nadar. Pero su cara no refleja el cansancio. Su actitud, menos. Posa radiante y divertida mientras conversa con el equipo que la asiste. En un momento junta sus rodillas, los codos y también las palmas de las manos, como si estuviera rezando. Alguien sugiere que el título de esa imagen podría ser ‘Soy una santa’ y todos ríen, menos ella: “Jamás diría esa frase. No es mi perfil”. Recién ahí, aparece su carcajada.
                                                                              

Esta es la primera entrevista que concede a un medio chileno y una de las pocas que ha hecho en su carrera. Nunca le gustó hablar con la prensa pero en esta oportunidad se muestra reflexiva y autocrítica. Sabe que la seguidilla de acontecimientos de su vida personal que ocupó miles de páginas en los medios todavía está latente. Las múltiples crisis de pareja con el actor Gonzalo Valenzuela, las fotos besándose con el ex ministro de Economía argentino y la inesperada muerte de su tercer hijo son cosas que el público no olvidó, pero ella se hace cargo: “Yo no puedo pretender que todos me amen… ¡tampoco soy Heidi!”, dirá algunas horas después.
Juana cumplió treinta años y su cabeza hizo un click. Dejó de fumar y le molesta ver a la gente aspirando y expulsando humo por la boca. Se mudó de la Capital Federal a una casa en las afueras de Buenos Aires y su eterna cabellera café está guardada en una bolsa, porque ahora luce el pelo muy corto: “Algún día capaz lo use para hacer extensiones, pero por el momento está en un cajón”, cuenta.  Como parte de ese proceso de modificaciones internas y externas, en seis meses volverá a radicarse en Chile junto a Valenzuela, sus hijos y los tres perros. Los dos tienen proyectos de trabajo en el país. A él lo quieren de todos los canales y ella protagonizará una teleserie durante el segundo semestre: “Los cambios hacen bien. Primero porque te unen a tu pareja y a tu familia, y además es saludable renovar el aire, dejar de ver unas personas para ver otras, cambiar de jefes”, explica, mientras improvisa un increíble juego de seducción con la cámara. Se la ve tranquila, casi en estado zen. Desde que terminó de grabar Malparida, la exitosa teleserie que protagonizó en Argentina, está dedicada a su familia. Y, dice, es una faceta de su vida que le gusta y le acomoda.
PASARON CASI DOS AÑOS DESDE LA FAMOSA FOTO de Juana besándose, embarazada, con el ex ministro de Economía Martín Lusteau. El escándalo estalló entonces de uno y otro lado de la cordillera y el público la condenó. Después pasó lo peor, la guagua murió y la actriz se guardó. Hizo su duelo puertas adentro y de ese dolor renació la relación con Valenzuela. Un nuevo embarazo y un volver a empezar.
—Con Gonzalo tienen una suerte de inmunidad como pareja que es bien particular… ¿Cómo lo hacen?
—Yo creo que sí tenemos esa inmunidad, pero es el amor. La comunicación, el diálogo, el decirse las cosas de frente y sufrirlas juntos, el padecerlas juntos, el ser felices juntos, ser generosos con el otro, que no haya competencia entre nosotros. Nuestra carrera es un mundo muy particular, el ego ocupa un lugar importante en la vida del actor y el poder decir ‘no trabajo, me quedo al lado tuyo’, es fundamental.
—¿Cómo defines hoy tu relación de pareja?
—Plena. Me da miedo decir que estoy bien y que después la gente me augure lo peor, pero estoy bien. Estamos estables, en un lindo momento.
—¿Se perdonaron?
—Obvio, fundamental. Pero una vez que se perdona, se perdona.
—¿No es que se convirtieron en una pareja abierta, tipo swingers?
—No, cero, creo que hasta más cerrados.
—¿Y la fidelidad es importante?
—Claro. Partís de cero, volvés a empezar obviamente con un background, pero de ahí para adelante. Y esa es la clave para poder seguir. Si uno se queda todo el tiempo con lo que vivió en el pasado no puede vivir el presente, te enfermás por dentro. Por eso fue fundamental la comunicación, la charla.
—¿Qué te gusta de él?
—Todo. Es simpático, tiene mucho humor, es sensible. Es buen papá, y con Ambar tiene una relación increíble. El es quien le pone los límites y después se apretujan. Ella le cuenta cosas que ni a mí me cuenta.
—La creencia popular es que en Argentina los hombres son más lindos. ¿Imaginabas que te ibas a enamorar de un chileno?
—No sé. Al principio éramos agua y aceite. El llegó a Buenos Aires y era la novedad, todas hablaban del chileno, y como a mí me repudia ir por donde va la manada, me volví muy amiga de él. Después hicimos un viaje a Isla de Pascua antes de ser pareja y creo que fue eso. Nos enamoramos de la esencia de cada uno. Estábamos como desnudos. Yo estaba sin mi hija, sin mi país, él estaba sin sus amigos… los dos aislados y con otro ritmo, ahí nos descubrimos. Después uno se viste, se pone los zapatos, se maquilla, pero ya nos conocíamos por dentro y nos enamoramos, y de eso pasaron ocho años.
—¿Han postergado cosas por el otro?
—Mil veces, es la regla de nuestro juego. Si no fuese así no podríamos congeniar, sería una pasada de factura permanente.
—Pero igual hay cuentas que se cobran…
—Pero como la que tiene toda pareja.
—Con la sutil diferencia de que la crisis de ustedes sale en todos lados
—¡Y se potencian a mil!
Es raro escucharla tan reflexiva. Como si se hubiera detenido a mirar una retrospectiva de su propia vida. O como si la muerte de su tercer hijo hubiese enterrado, también, una etapa de excesos. “Es medio inentendible lo que pasó, pero aprendí que hay que seguir, como sea. El dolor te da herramientas, más excusas para seguir. Nada se tapa, aprendés a llevarlo y es parte de la vida. Son cosas que no se superan. Se llevan como un tatuaje. Algo que no tenías y ahora tenés y te va a acompañar siempre”, dice.
—¿Te ayudó que Gonzalo sea una persona acostumbrada al dolor?
—La muerte es algo con lo que uno transita y vive cotidianamente. Pero sí ayuda, porque vas por un camino, te movés por una filosofía y sabés que el dolor es parte de la vida. El lo ha vivido en su pasado, y ahora lo vivimos juntos.

Caras Chile

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