El jueves estrenan Lincoln, favorita de cara a los Oscar, acerca de cómo el presidente de los Estados Unidos consiguió abolir la esclavitud.
Aseguran que en esa época la política era más frontal pero también más honesta.
Si tuviera que referirme a ella de alguna forma”, sostiene Steven Spielberg sobre su nueva película, la favorita al Oscar Lincoln, “antes que un biopic, diría que es un retrato, una de las formas posibles, de muchísimas, de pintar un fragmento de la vida del más mítico de los presidentes estadounidenses: el final de la guerra civil y la lucha por pasar en el Congreso la 13ª enmienda, que implicaba la abolición de la esclavitud. Si hubiera tomado toda su vida, o hasta toda su presidencia, hubiera sido otra cosa”.
Aseguran que en esa época la política era más frontal pero también más honesta.
Si tuviera que referirme a ella de alguna forma”, sostiene Steven Spielberg sobre su nueva película, la favorita al Oscar Lincoln, “antes que un biopic, diría que es un retrato, una de las formas posibles, de muchísimas, de pintar un fragmento de la vida del más mítico de los presidentes estadounidenses: el final de la guerra civil y la lucha por pasar en el Congreso la 13ª enmienda, que implicaba la abolición de la esclavitud. Si hubiera tomado toda su vida, o hasta toda su presidencia, hubiera sido otra cosa”.
Lincoln, a estrenarse el próximo jueves, es la quijotada más grande de la vida del director más popular de la historia: “Hacer La lista de Schindler me tomó once años, pero hacer esta película casi doce. Y hay que tener en cuenta que tardé casi seis años en convencer a Daniel Day-Lewis de que interpretará a Lincoln. Mi mayor temor, confirmado, era que dijera que no. Y lo hizo en una primera instancia. No hubiera hecho el film sin él”.
Day-Lewis, leyenda de la actuación del método (por ejemplo, vivió como un salvaje sin “comer nada que no haya cazado” para hacer de su aborigen en El último de los mohicanos, entre una la lista de excentricidades sobre “las que no me entusiasma mucho hablar, ya que demuestra que se perdió el interés por el misterio y sólo se busca explicar lo que para mí es al menos inexplicable”) y considerado el Mejor Actor del Mundo (así, a la Hollywood, donde parece será imbatible en los próximo Oscar) sostiene: “No, realmente no estuve muy entusiasta. Estaba muy seguro, con una seguridad realmente convencida, imbatible, de que no era el hombre para la tarea, que no era lo que Steven Spielberg veía en mí”. Y sigue: “Me pareció una idea demasiado pretenciosa que yo pudiera tan siquiera intentar ser Abraham Lincoln. Steven me dijo que me sacó una foto mientras hablaba con Tony Kushner, el guionista, y me dijo que era el joven Lincoln. Pero no hubo dudas en mi mente de que por todo tipo de razones yo no era la persona que él necesitaba”.
Day-Lewis, leyenda de la actuación del método (por ejemplo, vivió como un salvaje sin “comer nada que no haya cazado” para hacer de su aborigen en El último de los mohicanos, entre una la lista de excentricidades sobre “las que no me entusiasma mucho hablar, ya que demuestra que se perdió el interés por el misterio y sólo se busca explicar lo que para mí es al menos inexplicable”) y considerado el Mejor Actor del Mundo (así, a la Hollywood, donde parece será imbatible en los próximo Oscar) sostiene: “No, realmente no estuve muy entusiasta. Estaba muy seguro, con una seguridad realmente convencida, imbatible, de que no era el hombre para la tarea, que no era lo que Steven Spielberg veía en mí”. Y sigue: “Me pareció una idea demasiado pretenciosa que yo pudiera tan siquiera intentar ser Abraham Lincoln. Steven me dijo que me sacó una foto mientras hablaba con Tony Kushner, el guionista, y me dijo que era el joven Lincoln. Pero no hubo dudas en mi mente de que por todo tipo de razones yo no era la persona que él necesitaba”.
Después de rechazar el primer guión, de autoría de Spielberg, y gracias a un llamado de Leonardo DiCaprio, amigote de Spielberg que intercedió para que Day-Lewis finalmente leyera el segundo guión, de Tony Kushner, y aun habiendo dado el sí, Day-Lewis no estaba convencido: “Pensé que era una mala idea. Pero ya era tarde. Ya había sido atraído a la órbita de Lincoln, lo cual fue extraño porque los americanos solemos ponerlo en un estatus de mito que lo ha deshumanizado. Pero acercarme a él fue un proceso que se me hizo amable y accesible, como era él en realidad”.
Spielberg sabía que quería contar esta historia, incluso si implicaba un riesgo comercial: “Cuando hice La lista de Schindler no pensé que tendría éxito. Me sigue poniendo nervioso ver cómo reacciona una película mía en la cartelera”.
Las excentricidades de Day-Lewis en el rodaje del film, que llevaron a que sólo hablara con Spielberg y que el director se dirigiera a todos en el set por sus nombres de ficción (y a una extraña serie de mensajes de textos enviados a Sally Field “como si los hubiera escrito Abraham Lincoln”), tenían un fundamento: “Miraba las fotos de Lincoln en la forma en que uno observa su propio reflejo en el espejo y te genera extrañeza eso que ves. Claro que entiendo que no soy Lincoln. Lo tengo bastante claro. Pero para crear tamaña ilusión, y no me quedaba otra, por demente que suene, que aunque fuera una parte de mí se creyera ese juego. Sin dudas. Sin ceder nada a la lógica. Supongo que eso dice muchísimo de mí”.
¿Dice Lincoln, desde su mostrar modos políticos deshonestos pero frontales, algo sobre el presente de Estados Unidos? Spielberg responde: “Como demócrata, no quiero usar a Lincoln, un republicano, para apoyar mi propia agenda política. O que funcione como mención indirecta de nombres contemporáneos. Sus hechos, los del film y los de Lincoln, hablan aún más fuerte que sus palabras. Sí puedo defender la retórica de aquella época: las cosas que se atrevían a decirse entre sí en aquellos tiempos no son cosas que hoy en día escucharías en el Congreso. Pero la de aquellos días era una elocuencia más honesta. Decían lo que pensaban”.
Para Day-Lewis sí hubo un nexo con la actualidad de los Estados Unidos: “Me sentí abrumadoramente solo durante el rodaje. O al menos en gran parte del mismo. Pero era una soledad que necesitaba, que me fue nutritiva para el papel. Y eso me hizo pensar mucho en lo que está atravesando el presidente Obama en este momento. Me pude dar cuenta de cuánto ha envejecido desde que asumió, porque incluso interpretando a Lincoln sentía esa responsabilidad, y cuánto te afecta el cuerpo. Obviamente no comparo su trabajo con el mío, pero puedo percibir el nivel de soledad y responsabilidad en que necesita vivir para poder mostrar autoridad”.
El nivel de detalle (por ejemplo, el sonidista, Ben Burtt, capturo el tic-tac del reloj original de Lincoln) sólo muestra la necesidad de Spielberg por contar esta historia: “Es muy común que haya figuras que lucen presidenciables pero que no actúan en esa forma. No toman decisiones que son para el bien de las mayorías. La gente a menudo tiene una imagen que es agradable para la cámara y luego muchas personas, digamos muy inteligentes, tratan de vender esa imagen al público. Así ha sido, no sólo durante el último par de décadas, sino desde hace mucho. Lincoln no lucía muy presidenciable. Por eso quería humanizarlo; sacarlo de la voz didáctica, de la actuación que imita, y permitir que la audiencia fuese casi participante en su proceso de pensamiento mientras tomaba decisiones que habrían de tener un efecto perdurable en los estadounidenses y el resto del mundo. Siento que mi cine tiene ese tipo de responsabilidades ahora”.
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