Dice que, en su Chile natal, jugaba mucho en soledad. Marido de Pampita, se hizo actor entre viejas resistencias familiares.
Clarin.com
De grande es actor, de niño era detective. O eso quiso creer durante muchos años. Tal vez, “ese hombre imaginario que se subía a la bici y la convertía en moto, y hasta a veces la hacía volar mientras intentaba resolver diferentes casos” fue, sin proponérselo, su primer personaje. Ese del que Benjamín Vicuña no quiere largar más prenda. “Me reservo su identidad... Bueno, eso es muy de los detectives. Y se lo respeto porque fue parte fundamental de mi infancia. Y yo, como embajador de Unicef, estoy convencido de que es la etapa más importante de la formación del ser humano, donde uno está más vulnerable, frágil, abierto. Cuando busco la inspiración o el goce para actuar vuelvo a ese niño”, cuenta con esa tonada y esa emotividad tan suyas.
“Hay una mutación, por supuesto, pero en la intimidad recurro cada tanto a ese nene tímido, observador, con los miedos que siguen siendo los mismos, disfrazados. Era el menor de cuatro hermanos, con mucha diferencia de edad, y, al ser el benjamín, pasaba bastante tiempo solo y me sobraba imaginación. Jugaba en solitario, pero tuve muchos amigos invisibles”, recuerda, con la memoria trasandina en su Chile natal, criado entre el campo y su Santiago querido.
Ahora, a los 32 años, en un rincón del café del Malba -uno de sus sitios favoritos en Buenos Aires-, reconoce que cuando echa la vista atrás descubre que “en esa infancia hay mucha luz, pérdidas también, mucho cariño, descubrimiento, mucha naturaleza... Es un lugar que puedo visitar y revisitar y me amigo con cosas que en determinado momento dolieron”.
Marido de Carolina ‘Pampita’ Ardohain y padre de dos niños -Blanca, de 5, y Bautista, de 3- que asoman hermosos desde las fotos de su celular, confiesa que “en la adolescencia no tenía muy claro qué quería ser. Era medio vago y lo que sí sabía era que no quería tener jefes... Era bien rebelde. Y tal vez por eso también llegué a esto, que si bien tengo jefes son más compañeros que otra cosa. De pequeño decía que quería ser taxista, o poeta, porque me gustaba mucho escribir”.
Con un cortado y los recuerdos a la orden del día, entiende que “el actor se empezó a colar entre todos esos personajes soñados, porque aparecía la posibilidad de ser todos esos y más. Era como vivir varias vidas. Esa fue la mayor búsqueda”.
¿Y cuándo la empezaste a percibir? Como a los 14 ó 15 años, en talleres que hacía, siguiendo un poco los pasos de mi hermano mayor, que había integrado compañías de teatro en el colegio. También me metí en eso para superar la timidez.
¿Lo lograste? No del todo, algo quedó, fíjate. Pero sí descubrí el teatro como un lugar donde podía desarrollar la personalidad, por encima de esa timidez crónica. También encontré ahí una tribuna para dar mi opinión, de forma abstracta aunque sea, porque la ideología también se cuela por ahí.
Con un personaje clave en Herederos de una venganza (El Trece) -la tira más vista del año-, donde su Benicio llegó al pueblo de Vidisterra para descubrir misterios y terminó siendo una incógnita más del entramado de villanos, cree que la semilla de la actuación “brotó por primera vez cuando era acólito en la iglesia, ayudando al sacerdote. Me gustaban esa especie de escenario, la concentración para el rito, la ceremonia. Y luego, siguiendo con esa atmósfera, digamos que deposité mi fe en el arte a través de los talleres y de una formación de cinco años en la universidad, donde integraba una compañía itinerante. Teníamos un profesor que era un gran guía, un aliado y, de alguna manera, empecé este camino en solitario porque mi familia no veía con buenos ojos mi acercamiento a la actuación. El bendito prejuicio, que le dicen. Fue algo así como ‘Okey, andá, pero bancátela solo’ . Y entre miles de aspirantes pude conseguir un lugar entre los 20 cupos que había. Ser admitido en la universidad, para Licenciatura de Arte, fue un gran momento de revolución interna. Se me abrió el mundo”. Y la puesta de Antigona , en segundo año, “generó un acercamiento con mi padre. El era quien tenía mayor rechazo, lo invité y fue como un encuentro cinematográfico, con mucho cariño y contención. Mi madre, de forma clandestina, sí apoyaba ciertos hitos míos”.
A 13 años de lo que él marca como su debut profesional, en Hechos consumados , en el Teatro Nacional Chileno, ahora se prepara para el debut de La celebracion -desde septiembre, en el Lola Membrives-, donde actuará y producirá junto a su amigo y compatriota Gonzalo Valenzuela. “Es un hermano... A mí los vínculos me importan mucho.
A veces, sin querer, los descuido o me traiciono como cualquier mortal, pero sí creo que a los vínculos verdaderos hay que cuidarlos y defenderlos porque son una especie en extinción”, asume quien de niño jugaba solo, y de grande supo rodearse.
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