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Luciano Castro: “Pocos reparan en mí como actor”


A los 38 años, dice que lamenta que no lo consideren como intérprete. Pero da batalla. El jueves se estrena la película “Amor a mares”, con él como protagonista.
                             

Es difícil despegarse de ciertas etiquetas. Los rótulos muchas veces nos acompañan toda la vida y conseguir una mirada más abarcadora no es una pelea sencilla, pero, hay que decirlo, tampoco es imposible. Nada es perentorio y Luciano Castro lo sabe. Al abrir el fichero de la televisión, en su archivo se puede encontrar bajo las palabras galán, lindo y musculoso. Pero este actor de 38 años no se conforma con eso. Quiere ir más allá y decidió arriesgarse interpretando un papel que lo corre de ese lugar.
Así, tratando de que el galán no mate al actor, Luciano se embarcó -literalmente- en la película Amor a mares , comedia romántica dirigida por Ezequiel Crupnicoff, que protagoniza junto a Paula Morales, Gabriel “El Puma” Goity y Miguel Angel Rodríguez (dos grandes amigos de Castro), que se estrena el jueves. Castro se pone en la piel de Javier, un famoso escritor que transita una mala racha, tras ser abandonado por su mujer. Por eso, su amigo y agente literario decide subirlo a un crucero en busca de una historia que lo saque de la crisis en la que está sumergido. Allí, no sólo encontrará el tema de su nueva novela, sino que será parte de ella.
“Perdón, pero es el único momento que tengo”, asegura mientras corre una pequeña mesita y deja ver que es la hora del almuerzo. Dibujitos pegados en el placard, ropa tirada en la cama, la tele prendida y una temperatura bastante baja -sufre mucho el calor-. Ese combo le da cierto matiz de hogar al camarín de Luciano en los Estudios Baires, donde graba la tira Sos mi hombre para El Trece (ver El boxeo...) o, como dice, le da la vida que no tiene. Es que está todo el día grabando, lejos de su hijo Mateo y su pareja Sabrina Rojas, embarazada de casi tres meses (ver Dulce espera...).
Entra y sale gente, entre ellos sus compañeros de elenco. “La peli está buenísima”, dice rápido Gonzalo Valenzuela cuando se asoma para espiar. Castro se tapa la cara con una mano, se ríe y empieza la entrevista.
Javier, tu personaje en “Amor…”, es muy distinto a los que siempre interpretás.
Fue lo que más me atrajo del proyecto, además de la historia y de actuar con amigos. Es una oportunidad y no me la quería perder. Lamentablemente muy pocos reparan en mí como actor, es una realidad. En la película pasó todo lo contrario.
¿Te costó el cambio físico?
Tuve que subir bastante de peso, me dejé la barba y estoy más desprolijo. Me costó más desde lo actoral, porque es algo atípico de lo que vengo haciendo y el cine maneja otros tiempos.
El protagonista vive una gran crisis existencial, todo le sale mal. ¿Te pasó alguna vez?
Cada día me pasa, pero es una cuestión de actitud, hasta cuando estoy en las malas sigo parado tirando piñas. Como me dijo mi viejo: “Hasta que no escucho la campana no paro”. Es que somos una familia de boxeadores...
El lugar de filmación también es atípico, es un crucero.
Sí, no tenés muchas opciones, una vez que el barco zarpó ya está y todo lo que no te gusta lo tenés que resolver. El encierro me mata, pero soy el que menos sufrió el síndrome ‘gran hermanístico’, porque filmaba todo el tiempo, tenía una gran exigencia actoral, estaba metido en eso.
La meta es clara: que lo vean como actor y no sólo como el chico lindo que “se defiende actuando”. “Esto tiene fecha de vencimiento, sino fíjate acá en la nuca”, dice irónico, mientras se señala detrás de la cabeza. Te hablo en chiste, pero en serio, hay mucho de eso en él.
Generó polémica que dijeras que no te gustó como actuaste en la película. ¿Sos muy autoexigente?
Me dicen que no puedo decir eso porque boicoteo el producto, para mí es lo contrario, eso delata lo que yo me exigí para estar a la altura de las circunstancias. Parece que vende más que diga ‘estuve brillante y la película está entre las 20 mejores de la historia’; si eso vende, yo me retiro.
Una vez terminada la comida, llega la hora del café, y mientras sacude los sobrecitos de edulcorante sentencia inamovible: “No voy a transar mi manera de ser para seguir perteneciendo a esto”.

Clarin

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