El futuro de la monarquía inglesa comienza hoy con una tradición milenaria: el matrimonio de Guillermo de Inglaterra con Catherine Middleton. Como hace 30 años, cuando el principe Carlos y lady Diana se casaron, Londres se ha vestido de boda, el país es una fiesta, las campanas tañen en honor a los novios reales… Pero no es 1981, sino 2011, y los futuros esposos ponen final feliz a su particular cuento de hadas. Los protagonistas llegan con puntualidad británica a la cita más importante de sus vidas. El principe Guillermo irrumpe a las 10:15 (hora local) por la Gran Puerta Oeste en la abadía de Westminster, escenario de la celebración religiosa, junto al príncipe Harry, su padrino de boda, que trata de mitigar la angustiosa espera de su hermano hasta el momento crucial: la llegada de la novia. Bajo los acordes de la música sacra, ambos entran en el templo, donde son recibidos y escoltados hasta el altar por el deán y capellán de Westminster.
Los minutos se hacen eternos, pero el ceremonial nupcial sigue su curso. Pese a la aparente parsimonia del reloj, Westminster se llena con un continuo goteo de invitados al enlace (miembros del Gobierno, jefes de Estado, la realeza extranjera, familiares y amigos de la pareja… Un total de 1.900). Momentos que el novio y su padrino aprovechan para saludar a la familia Spencer y algunos otros asistentes. Una fanfarria anuncia con la Marcha de Los pájaros de Charles Hubert Hastings Parry la entrada de la invitada más importante, la reina, abuela del novio. El deán de Westminster conduce al son del Prelude on Roshymedre, de Ralph Vaughan Williams , a la comitiva real, integrada por el príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles y por la reina Isabel y el duque de Edimburgo , al interior de la abadía. Y, cuando solo la novia falta por entrar en el templo, toman sus puestos los pastores que oficiarán la ceremonia: el deán de Westminster,John Hall , principal conductor del servicio; el arzobispo de Canterbury,Rowan Williams , encargado del rito del matrimonio, y el obispo de Londres, reverendo Richard Chartres , amigo personal del príncipe Carlos y sacerdote del funeral de la princesa Diana, responsable del sermón.
Ha llegado el momento de despejar las últimas incógnitas. La novia aparece en Westminster a la hora prevista y sin defraudar a sus seguidores: blanca y radiante con una creación de la diseñadora Sarah Barton para Alexander McQueen, que recordaba al vestido de novia que lució en su día Grace Kelly, y coronada con la tiara halo Cartier, que le ha cedido la reina. Llega a la abadía como Kate Middleton, procedente del hotel Goring, en lugar de uno de los palacios reales y en coche, un Rolls Royce Phantom VI, en lugar de un carruaje real, para significar su metamorfosis de común a alteza real. Dedica estos últimos instantes antes del comienzo de la ceremonia a la multitud congregada a la que saluda largamente. Entra, del brazo de su padre,Michael Middleton , recorre los últimos metros hacia su nueva floreciente vida (el largo pasillo de 73 metros convertido en arboleda con seis arces ingleses y dos carpes) sonriente y con la mirada fija en el altar, donde la espera su apuesto príncipe, con el uniforme de coronel de la Guardia Irlandesa y la insigna de la estrella de ocho puntas de la Ilustrísima Orden de San Patricio, entre otras. Les siguen al son del solemne canto I was glad, de Charles Hubert Hastings Parry , su dama de honor,Pippa Middleton , pendiente en todo momento de que el vestido de su hermana luciera en todo su esplendor, y el grupo de pajes y damitas -lady Louise, Margarita Armstrong Jones,Grace van Cutsem, Eliza Lopes,William - (Billy) Lowther-Pinkerton y Tom Pettifer-,vestidos con réplicas del uniforme militar del novio y con preciosos trajes blancos de vuelo con fajines similares a los que las pequeñas damas lucieran en la boda de Carlos y Diana de Gales.
El príncipe Guillermo no desvia la mirada de su futura esposa a la que recibe con una ilusionada sonrisa y espontáneos piropos (“Estás tan guapa. ¡Bellísima!”) que calman los nervios de ella y le arrancan una risita. Se acerca el momento más álgido de toda boda: las preguntas y las respuestas que todo el mundo desea oír. El romanticismo asiste al rito del intercambio de los votos y del anillo, pero todo discurre según lo ensayado, sin olvidos, ni errores: Michael Middleton entrega la mano de la novia al arzobispo y este, a su vez, al futuro esposo, que pronuncia su promesa de amor eterno, alta, clara y sonora, con los ojos clavados en los de su amor; ella hace lo propio y promete con un hilillo de voz amarle, confortarle y honrarle (en lugar de la tradicional fórmula de "obediencia") en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte les separe. Entonces el príncipe Harry, diligente, le pasa al arzobispo de Canterbury una única alianza, como era deseo del novio, para bendecirla y para que el futuro heredero se la ponga a la novia en el dedo anular. A partir de entonces la música envuelve el templo para celebrar que los novios ya son marido y mujer y también duques de Cambridge, título que les ha otorgado la reina Isabel.
A los acordes de la música sacra, los novios, acompañados por el grupo de pajes y damitas abandonaban el templo. Tras ellos, la Familia Real inglesa, la familia Middleton, los miembros de la realeza y el resto de invitados. Los recién casados aguardaron unos instantes a la salida de la iglesia. Y Reino Unido estalló en vítores, felicitaciones y redobles de campanas.
El príncipe Guillermo no desvia la mirada de su futura esposa a la que recibe con una ilusionada sonrisa y espontáneos piropos (“Estás tan guapa. ¡Bellísima!”) que calman los nervios de ella y le arrancan una risita. Se acerca el momento más álgido de toda boda: las preguntas y las respuestas que todo el mundo desea oír. El romanticismo asiste al rito del intercambio de los votos y del anillo, pero todo discurre según lo ensayado, sin olvidos, ni errores: Michael Middleton entrega la mano de la novia al arzobispo y este, a su vez, al futuro esposo, que pronuncia su promesa de amor eterno, alta, clara y sonora, con los ojos clavados en los de su amor; ella hace lo propio y promete con un hilillo de voz amarle, confortarle y honrarle (en lugar de la tradicional fórmula de "obediencia") en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte les separe. Entonces el príncipe Harry, diligente, le pasa al arzobispo de Canterbury una única alianza, como era deseo del novio, para bendecirla y para que el futuro heredero se la ponga a la novia en el dedo anular. A partir de entonces la música envuelve el templo para celebrar que los novios ya son marido y mujer y también duques de Cambridge, título que les ha otorgado la reina Isabel.
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