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El árbol de la vida

La película de Terrence Malick está construida por meras notas al pie y comentarios laterales




Cada película de Malick es un acontecimiento insoslayable, y no sólo porque con cinco largometrajes en 38 años es uno de los directores menos prolíficos de la historia. Malick es un cineasta particular, constructor de un cine excepcional y de una ambición enorme. Uno de esos artistas huidizos, que escapa de las fotos y las apariciones públicas. Desde su irrupción con Malas tierras , en 1973, sus películas fueron aguardadas con enorme expectativa. Lo mismo ocurrió conEl árbol de la vida .
Malick nunca ha contado simple y directamente una historia. Ha narrado, sí, pero con numerosos desvíos para contemplar la naturaleza y reflexionar sobre los actos humanos. La filosofía trascendentalista (buscar, desde el individuo, la relación con el universo), el panteísmo y los sonidos y las imágenes de apabullante belleza -suele filmar en "la hora mágica", cuando el sol recién ha caído y todavía hay luz- se convirtieron en marca de la poco industriosa fábrica Malick. Con esos recursos hizo sus grandes películas de los 70. En su regreso al cine después de 20 años con la magistral La delgada línea roja (1998) intensificó la reflexión, los desvíos, lo que podríamos llamar sus notas al pie. Pero esa mayor ambición por observar y comentar el mundo aún descansaba en personajes con rasgos particulares y en secuencias fuertes, nucleares, identificables.


 

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