La actriz, que encara un proyecto propio en el teatro, asegura que aprende más de sus experiencias malas. Y confiesa que, de chica, la marcó “La novicia rebelde”.
Me he perdido infinidad de veces en la diversidad de cosas que hice.
Supongo que el chip que me hace encarar varias actividades, con intuición y de una manera casi silvestre, también me ayudó a encontrar la fe para ocupar el lugar que debo en el momento justo. Ahora, por ejemplo, no estoy atada a la decisión de otros. Esto tiene sus riesgos y costos como cualquier decisión. El hecho de generarme mis proyectos es algo que siempre traté de llevar a cabo. Actualmente la diferencia es que estoy mucho más tranquila. Antes me angustiaba mucho la incertidumbre porque hacía cinco cosas a la vez: grababa una producción de tele en estudios Pampa, otra en Telefé, preparaba los shows para cantar tango, leía el libro de un musical y estudiaba un nuevo repertorio. Ahora no. Actúo, canto y doy talleres. Tres cosas que aprendí a disfrutar y que ocupan gran parte de mi vida.
Trabajé más de lo que estudié.
Mis nutrientes vienen de la plástica, la música, el teatro. Me gusta explorar y no atarme a una disciplina que me cierre la posibilidad de meterme en otras zonas. Nunca tuve la vocación de hacer algo exclusivamente. Por ejemplo, cuando charlo con los músicos de jazz que me acompañan, me dicen que la vida para ellos es sólo esa actividad. Es algo que me parece genial, pero imposible de llevar a cabo en mi caso.
Aprendí a leer antes de ir al colegio.
Volví loca a mi mamá porque tenía ganas de aprender declamación de poesía, algo que hacían unas amigas que me llevaban varios años. Verlas recitar me fascinaba. Así aprendí los primeros poemas de María Elena Walsh, Nicolás Coccaro, entre otros autores. A los cinco años debuté en el auditorio de la Caja de Ahorro, de Congreso, con esos textos. Por eso amo la poesía.
Hice la carrera de Bellas Artes, estudié danzas españolas y flamenco en España.
Aprendí también artes marciales y capoeira. Creo que a todo eso recién lo pude volcar cuando hice comedia musical, donde tenés que cantar y mantener un registro muy consciente del cuerpo.
Fui hija única.
Creo que de chica me marcó mucho haber visto una versión de La novicia rebelde con mi mamá. Es algo que no se borró de mi memoria.
En 2007, después de participar en “Lalola”, me explotó la cabeza.
Me había corrido tanto de mi eje sin darme cuenta, que me perdí en la necesidad de alcanzar un “logro”. Si bien nunca se me dio por el reconocimiento masivo, por otro lado, no sabía en qué consistía el éxito que andaba buscando. El trabajo en sí es muy digno, pero en el fondo esa tira no me daba la paz y la serenidad del trabajo bien hecho y bien pago. Esa etapa fue adrenalina pura. Después de las grabaciones me fui sola a la India seis meses. Estuve la mayor parte del tiempo en el monasterio de Amma Ashram, la gurú de los abrazos. Fue impactante. El tema es que debía volver y plantearme qué hacer con toda esa experiencia en Buenos Aires, donde la vida está realmente trastocada. Ultimamente comienzo a digerir toda esa experiencia que dicta darle sólo prioridad a mi crecimiento espiritual a través de cada cosa que emprendo.
Al teatro lo considero un acto de fe.
No asisto como espectadora a cualquier obra, porque voy con mi corazón abierto y me da miedo ver algo terrible. En este momento, por ejemplo, no sé qué obras hay en cartel porque estoy entusiasmada en producir lo mío.
La exposición, para una actriz, es un tema delicado.
¿Cuántas personas van a leer esto que estoy diciendo que, para mí, no deja de ser algo íntimo? A la vez, pienso que no me puedo retirar a la cima de la montaña porque me encanta el contacto social. Encontrar el equilibrio de lo que exponemos es complicado. Yo sé que voy a tener que trabajar en televisión, porque también es algo que disfruto. Si me preguntás hoy, lo más probable es que disfrute de ir a Entre Ríos a visitar a mis viejos, o volcarme al teatro y al canto; no la pasaría bien en un estudio de televisión. Pero en algún momento volveré a la tele porque aporta al equilibrio de mi imagen pública.
No me arrepiento de haber participado en “Cantando por un sueño”.
La pasé genial y lo sufrí mucho porque era un estreno dos o tres veces por semana. En esa época vivía con la adrenalina a full. La producción es excelente y me ofreció seguir, pero la dosis de Tinelli ya la colmé. Para mí todo eso es abono para lo que soy hoy. Si tomo para archivar solamente las cosas buenas, soy necia: aprendo más de las cosas malas. Errar, para mí, es divino porque me provoca buscar lo diferente.
Clarin
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