Estrenó El don de la palabra, una obra sobre las parejas y la soledad, y a mediados de año se estrena Omisión, la película en la que interpreta a un sacerdote y que lo llevó a reconciliarse, en parte, con la fe.
Este año, Gonzalo Heredia vuelve al teatro y a la televisión, aunque con recetas diferentes a las que usó en 2012. Después del fracaso de Lobo, la tira coprotagonizada con Vanesa González que se sostuvo apenas tres meses en la pantalla de El Trece, el actor participará de Farsantes, un unitario de Pol-ka con Julio Chávez y Joaquín Furriel. “Quizás la gente quería una historia más tradicional y más blanca, volvería a hacer una tira pero no de ese género”, asegura.
Además, Heredia abandona el circuito off que pisó con El montaplatos, de Harold Pinter –en el Teatro Piccolino–, para desembarcar en el Picadilly con El don de la palabra. “La obra habla del desamor, de las parejas y sobre todo de la soledad –cuenta–. Desde que me dieron el libro quiero estar en el escenario.” Con la dirección de Alejandro Tantanian, completan el elenco Guillermo Arengo, Sofía Gala Castiglione y Andrea Politti.
A mediados de este año también estrena Omisión, la película en la que interpreta a un cura y que gira en torno al problema del secreto de confesión. El film, en el que también actúan Eleonora Wexler y Carlos Belloso, acercó al actor a la fe religiosa, ya que se entrevistó con sacerdotes en la preparación de su personaje: “Hay muchas cosas que antes no entendía y hoy sí; respeto mucho más que antes.”
A mediados de este año también estrena Omisión, la película en la que interpreta a un cura y que gira en torno al problema del secreto de confesión. El film, en el que también actúan Eleonora Wexler y Carlos Belloso, acercó al actor a la fe religiosa, ya que se entrevistó con sacerdotes en la preparación de su personaje: “Hay muchas cosas que antes no entendía y hoy sí; respeto mucho más que antes.”
—¿Cómo es “El don de la palabra”?
—La obra habla del desamor, de las parejas y sobre todo de la soledad. Desde que me dieron el libro quiero estar en el escenario. Me parece que arquitectónicamente es perfecta. Había leído otras, pero cuando me llegó El don de la palabra la leí en una hora. Tiene muchas curvas, muchos cruces y los detalles más finos se unen, todo tiene que ver con todo. Es un círculo y en el medio todo se abre y todo se cierra. Es todo muy puntilloso, yo todavía sigo atando cabos.
—Hay cuatro actores y nueve personajes, ¿cómo son los tuyos?
—El primero, Pedro, tiene un problema de comunicación muy grande con su pareja. A todos nos pasó alguna vez que queremos decir algo pero hay un lugar al que no llegamos. Ellos están atravesando una crisis y él dice que necesita sentir algo nuevo, fuerte, que esté mal, que rompa la rutina. Ve que su vida va a ser siempre igual y necesita algo que lo saque de la rutina, adrenalina.
Otro es Nicolás, que está sin trabajo y atraviesa un momento casi del final de una relación. Siente que está perdiendo todo y se da cuenta de que lo único que no quiere perder es su pareja.
El último es Juan, que está en una relación un poco tormentosa, tiene una amante y su pareja pero ya no tiene pasión ni respeto, solo lástima.
—¿Qué une a los diferentes personajes?
—Son todas parejas que están atravesando un momento en el que hay dos caminos: o se destruye o se construye.
—¿Los temas que se tocan en la obra te hacen reflexionar sobre tu vida?
—Hay aguas que todos hemos surcado, es casi universal. Las peleas rutinarias y cosas parecidas, todo el mundo sabe de eso.
—¿Cómo preparaste el cura que interpretás en “Omisión”?
—Hablé con un cura con respecto al sigilo sacramental, porque es la columna vertebral de la película. Quería saber cómo lo maneja un cura, y me contó muchas historias, como la de una mina, policía, que fue a confesarse con un arma, que se quería suicidar, y él tenía la vida de esa persona en sus manos. O un tipo que llegó con un cuchillo lleno de sangre en la mano, después de haber matado a alguien. Me contó que al principio sentía todas las historias muy cerca, que no podía dormir y que seguía a estas personas fuera de la iglesia para saber cómo estaban.
—¿Sos religioso?
—No, para nada. Mi hijo no está bautizado, yo no tomé la comunión. Tampoco soy ateo. Pero en el rodaje tuve un acercamiento mayor a la religión del que tuve en toda mi vida.
Escuchaba y trataba de comprender por qué ese amor y esa decisión de ser cura. Hay muchas cosas que antes no entendía y hoy sí. Y respeto mucho más que antes.
—¿Viste algunas escenas?
—No, pero creo haber construido un personaje meticulosamente. Tiene muchas aristas y por ese lado estoy contento, hoy que no vi nada. La película ya es de los directores, a diferencia de cuando estrenás una obra, que es de los actores.
—¿Qué te gusta de ser actor?
—Lo que más me gusta es el trabajo previo de investigación, exploración, soy muy meticuloso. Me apasiona, es lo que más disfruto. Después, la concreción a veces me frustra porque no siempre resulta como imaginaba.
—¿Te pasa lo mismo en la TV, el cine o el teatro?
—El teatro es música: lo vas afinando a medida que vas tocando. En el cine queda de una manera y no hay más para hacer. En la tele tenés el ritmo de la resolución inmediata. La mayoría de las veces componés un personaje con mucho tiempo y después a lo largo de la tira se transforma en otra cosa, por lo que a la gente le gusta, lo que te piden y porque creciste durante ese año, dos o tres meses, mutás, ves el personaje de otra forma.
—¿Qué balance hacés de los resultados que tuvo “Lobo”?
—Fue uno de los trabajos que más laburé y más preparé; y fue un programa que no fue bien. Quizás fue un momento en el que la ciencia ficción no entraba. Quizás la gente quería una historia más tradicional y más blanca.
—¿Entonces que no haya funcionado tiene que ver con el género?
—Yo creo que sí. Hay mucha oferta de afuera de ciencia ficción, es difícil competir con eso, aunque tampoco esa era la intención.
—¿Intentarías de nuevo con una tira?
—Sí encabezaría una tira, no me quedó ningún temor. Pero no haría una tira de ciencia ficción.
—¿Cómo es “Farsantes”, el nuevo unitario de Pol-ka en el que vas a trabajar?
—Tengo dos capítulos en casa. Es un bufete de abogados y mi personaje es un carancho. Pero todavía no me puse de lleno con eso.
—¿Qué es “El taller”?
—Es un sitio de internet que acabo de lanzar, al que voy a subir videos, relatos, trabajos que hice, también va a haber invitados. Es la libertad en su totalidad, escribir, crear personajes. En vez de ponerlo en un cuaderno que tengo, lo subo a un lugar y queda, el día de mañana capaz lo lea mi hijo.
—La obra habla del desamor, de las parejas y sobre todo de la soledad. Desde que me dieron el libro quiero estar en el escenario. Me parece que arquitectónicamente es perfecta. Había leído otras, pero cuando me llegó El don de la palabra la leí en una hora. Tiene muchas curvas, muchos cruces y los detalles más finos se unen, todo tiene que ver con todo. Es un círculo y en el medio todo se abre y todo se cierra. Es todo muy puntilloso, yo todavía sigo atando cabos.
—Hay cuatro actores y nueve personajes, ¿cómo son los tuyos?
—El primero, Pedro, tiene un problema de comunicación muy grande con su pareja. A todos nos pasó alguna vez que queremos decir algo pero hay un lugar al que no llegamos. Ellos están atravesando una crisis y él dice que necesita sentir algo nuevo, fuerte, que esté mal, que rompa la rutina. Ve que su vida va a ser siempre igual y necesita algo que lo saque de la rutina, adrenalina.
Otro es Nicolás, que está sin trabajo y atraviesa un momento casi del final de una relación. Siente que está perdiendo todo y se da cuenta de que lo único que no quiere perder es su pareja.
El último es Juan, que está en una relación un poco tormentosa, tiene una amante y su pareja pero ya no tiene pasión ni respeto, solo lástima.
—¿Qué une a los diferentes personajes?
—Son todas parejas que están atravesando un momento en el que hay dos caminos: o se destruye o se construye.
—¿Los temas que se tocan en la obra te hacen reflexionar sobre tu vida?
—Hay aguas que todos hemos surcado, es casi universal. Las peleas rutinarias y cosas parecidas, todo el mundo sabe de eso.
—¿Cómo preparaste el cura que interpretás en “Omisión”?
—Hablé con un cura con respecto al sigilo sacramental, porque es la columna vertebral de la película. Quería saber cómo lo maneja un cura, y me contó muchas historias, como la de una mina, policía, que fue a confesarse con un arma, que se quería suicidar, y él tenía la vida de esa persona en sus manos. O un tipo que llegó con un cuchillo lleno de sangre en la mano, después de haber matado a alguien. Me contó que al principio sentía todas las historias muy cerca, que no podía dormir y que seguía a estas personas fuera de la iglesia para saber cómo estaban.
—¿Sos religioso?
—No, para nada. Mi hijo no está bautizado, yo no tomé la comunión. Tampoco soy ateo. Pero en el rodaje tuve un acercamiento mayor a la religión del que tuve en toda mi vida.
Escuchaba y trataba de comprender por qué ese amor y esa decisión de ser cura. Hay muchas cosas que antes no entendía y hoy sí. Y respeto mucho más que antes.
—¿Viste algunas escenas?
—No, pero creo haber construido un personaje meticulosamente. Tiene muchas aristas y por ese lado estoy contento, hoy que no vi nada. La película ya es de los directores, a diferencia de cuando estrenás una obra, que es de los actores.
—¿Qué te gusta de ser actor?
—Lo que más me gusta es el trabajo previo de investigación, exploración, soy muy meticuloso. Me apasiona, es lo que más disfruto. Después, la concreción a veces me frustra porque no siempre resulta como imaginaba.
—¿Te pasa lo mismo en la TV, el cine o el teatro?
—El teatro es música: lo vas afinando a medida que vas tocando. En el cine queda de una manera y no hay más para hacer. En la tele tenés el ritmo de la resolución inmediata. La mayoría de las veces componés un personaje con mucho tiempo y después a lo largo de la tira se transforma en otra cosa, por lo que a la gente le gusta, lo que te piden y porque creciste durante ese año, dos o tres meses, mutás, ves el personaje de otra forma.
—¿Qué balance hacés de los resultados que tuvo “Lobo”?
—Fue uno de los trabajos que más laburé y más preparé; y fue un programa que no fue bien. Quizás fue un momento en el que la ciencia ficción no entraba. Quizás la gente quería una historia más tradicional y más blanca.
—¿Entonces que no haya funcionado tiene que ver con el género?
—Yo creo que sí. Hay mucha oferta de afuera de ciencia ficción, es difícil competir con eso, aunque tampoco esa era la intención.
—¿Intentarías de nuevo con una tira?
—Sí encabezaría una tira, no me quedó ningún temor. Pero no haría una tira de ciencia ficción.
—¿Cómo es “Farsantes”, el nuevo unitario de Pol-ka en el que vas a trabajar?
—Tengo dos capítulos en casa. Es un bufete de abogados y mi personaje es un carancho. Pero todavía no me puse de lleno con eso.
—¿Qué es “El taller”?
—Es un sitio de internet que acabo de lanzar, al que voy a subir videos, relatos, trabajos que hice, también va a haber invitados. Es la libertad en su totalidad, escribir, crear personajes. En vez de ponerlo en un cuaderno que tengo, lo subo a un lugar y queda, el día de mañana capaz lo lea mi hijo.
“No soy millonario”
En diciembre pasado, Heredia fue asaltado en su casa de Munro, el barrio en el que pasó su infancia y donde vive su madre. Se acababa de mudar ahí con su pareja, Brenda Gandini, y su hijo Eloy. Mientras los albañiles estaban terminando de limpiar escombros, tres personas entraron a la casa, en la que estaba Heredia con Eloy. Lo golpearon y robaron dinero y electrodomésticos.
Pasadas las fiestas, Heredia y Gandini recorrieron inmobiliarias de la zona para poner en venta la casa que habían construido y mudarse a un lugar más seguro.
—¿Te quedaste con miedo después del robo en Munro?
—Al principio sí. Estamos viviendo ahí. Aprendés a cuidar las cosas de otra manera. Sigo creyendo en la buena fe de la gente y en la bondad de las personas. Todavía me tapo un poco porque quedé en estado de alerta, me quedó un poco de paranoia. Pero no me gusta tomar distancia con las personas. Cuando nos mudamos yo salía a caminar por el barrio con mi hijo y saludaba a los vecinos.
—¿Te arrepentís de haberte mudado ahí?
—No, a veces pienso si habré hecho bien o mal. Pero cuando las cosas las hacés de corazón y sinceramente, no pueden estar mal. Es mi barrio, donde nací. No creo estar en el lugar equivocado. Sufro por mi hijo y por mi mujer, por el hecho de que les pase algo a ellos.
—¿Es el costo de ser famoso?
—Se publicaron datos de cuánto ganaba, dónde vivía, cuánta plata tenía. Mirá si mataban a mi hijo. Se alimenta una fantasía. Yo no soy millonario, de verdad. Me va bien en el trabajo y a mi familia no le falta nada, no ando en camionetas de millones de dólares. No puedo decir que soy de barrio y vivir en Nordelta.
—¿Es por una cuestión de coherencia?
—Es por no mentirle al público o venderle a la gente un producto que no es.
—También podés no decir que sos de barrio.
—Pero en este momento garpa más decir que sos de barrio. ¿No? Garpa mucho. Cuántos actores lo dicen. Yo vivo ahí porque creo en eso, y si no garpara lo haría igual. Artísticamente y humanamente me sirve mucho, necesito estar ahí.
Perfil.com
—Al principio sí. Estamos viviendo ahí. Aprendés a cuidar las cosas de otra manera. Sigo creyendo en la buena fe de la gente y en la bondad de las personas. Todavía me tapo un poco porque quedé en estado de alerta, me quedó un poco de paranoia. Pero no me gusta tomar distancia con las personas. Cuando nos mudamos yo salía a caminar por el barrio con mi hijo y saludaba a los vecinos.
—¿Te arrepentís de haberte mudado ahí?
—No, a veces pienso si habré hecho bien o mal. Pero cuando las cosas las hacés de corazón y sinceramente, no pueden estar mal. Es mi barrio, donde nací. No creo estar en el lugar equivocado. Sufro por mi hijo y por mi mujer, por el hecho de que les pase algo a ellos.
—¿Es el costo de ser famoso?
—Se publicaron datos de cuánto ganaba, dónde vivía, cuánta plata tenía. Mirá si mataban a mi hijo. Se alimenta una fantasía. Yo no soy millonario, de verdad. Me va bien en el trabajo y a mi familia no le falta nada, no ando en camionetas de millones de dólares. No puedo decir que soy de barrio y vivir en Nordelta.
—¿Es por una cuestión de coherencia?
—Es por no mentirle al público o venderle a la gente un producto que no es.
—También podés no decir que sos de barrio.
—Pero en este momento garpa más decir que sos de barrio. ¿No? Garpa mucho. Cuántos actores lo dicen. Yo vivo ahí porque creo en eso, y si no garpara lo haría igual. Artísticamente y humanamente me sirve mucho, necesito estar ahí.
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