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Cuando me sonreís

El fóbico y exitoso Gastón Murfi (Facundo Arana) y la desbordada y fracasada Luna (Julieta Díaz) no podrían ser más distintos.




O eso nos quieren hacer creer: por supuesto que sus diferencias sólo existen para hacerlos complementarse a la perfección. Bastará que ella comience a embochincharlo con su atolondramiento y que él comience a hacerle ojitos para que suenen violines y el mundo y la teleplatea conspiren para demostrarles por qué son el uno para el otro.
El escueto primer envío de Cuando me sonreís -casi opacado mediáticamente por la polémica sobre "Salven al millón", ver grisado- alcanzó apenas para mostrar las pinceladas esenciales de ese pequeño mundo de amigos y aliados que rodean a la futura pareja y propician su primer encuentro que -nada nuevo por aquí- termina con él pidiendo por el analista y con ella pinchándole las cuatro gomas del auto. Ni tiempo hubo para ubicar a los necesarios antagonistas del relato (uno será Mercedes Funes como la novia estirada de él, clásico patentado hace años por Carla Peterson).
A Luna tratarán de ubicarla su hermana rea (una divertida Lali Espósito) y un mejor amigo gay salido de una revista para chicas (el siempre sólido Fabio Aste); a él lo volverán loco su padre estafador (Mario Pasik) y su medio hermano (Benjamín Rojas), que decide resolver los eternos problemas de efectivo de ambos haciéndose pasar por el producto de una pasión adolescente de Murfi.
Varios aciertos -entre ellos, un ritmo que no decae- y una multitud de buenas intenciones no logran enmascarar que las ambiciones de esta comedia romántica requieren de un nivel de sofisticación que el programa estuvo lejos de exhibir en su primer envío. Entre las razones que podrían esgrimirse para explicar la distancia están la falta de sutileza en los diálogos, una altisonancia en el tono y una arbitrariedad en la trama que difícilmente puedan confundirse con la precisa métrica de la screwball comedy a la que apunta Cuando me sonreís.
Pero el entusiasmo de todos los involucrados (especialmente de Díaz, que carga con la parte del león actoral en la dupla protagónica, a quien se la vio limitada por una marcación demasiado histriónica), una historia transitada pero amena, y los excelentes rubros técnicos conspiran para hacer desear hasta al más cínico -críticos incluidos- que estos obstáculos sean removidos del programa con tanta eficiencia como ocurre en la tira con la más mínima situación desagradable o de peligro real en el camino de los personajes. Eso ya es decir algo.

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